Los niños y el fuego.

por chamlaty

Cuenta una leyenda boliviana muy antigua, que hace mucho, pero que mucho tiempo, existió al sur de este país una pequeña región en donde habitaba la tribu de los chiriguanos. Una tribu pacífica, que no peleaba con nadie, y que sobrevivía gracias a la pesca y la caza.

Los habitantes de esta tribu tenían fantásticas recetas, ya que sabían utilizar muy bien el fuego. Mantenían hogueras encendidas constantemente y a menudo quedaban pequeños trozos de carbón o brasas encendidas.


Pero un día, sin previo aviso, el cielo se nubló y comenzó a llover, a llover y a llover sin tregua ninguna. Los ríos se desbordaron y todo comenzó a inundarse. Las personas murieron, y los animales. Todos, menos dos niños (un niño y una niña) y un pequeño sapo.

Dejó de llover y salió el sol. Los niños sabían pescar, y como había tanto agua, podían pescar muchos peces. Sin embargo, no tenían fuego para cocinarlos, y no querían comerlos crudos.

– ¡No sé qué podemos hacer sin fuego!- se lamentaba la pequeña.

– A mí tampoco se me ocurre nada- añadió el niño-. No podemos hacer fuego de ninguna forma, porque todas las hogueras se apagaron…

Cómo consiguen los niños volver a hacer fuego en ‘Los niños y el fuego’
Pero de pronto, un pequeño sapo salió de detrás de unas piedras. Había escuchado a los niños y sintió por ellos mucha pena.

– Perdonad, pero os he estado escuchando y me gustaría entregaros algo.

– Uy- se sorprendió la niña- ¿Y cómo has conseguido tú sobrevivir al diluvio?

– Me escondí en el agujero de unas rocas. Y pensé que también podía hacer lo mismo con estos pequeños trozos de carbón- dijo a los niños enseñándoles dos trocitos de brasa encendidas.

– ¡Son brasas! ¡Podemos hacer fuego!– exclamó entusiasmado el niño-. Pero… ¿cómo has conseguido mantenerlas encendidas?

– Todos los días las metía en mi boca… ¡y no me quemaba! Luego las soplaba de vez en cuando para que no se apagaran. Sabía que estas pequeñas brasas eran muy importantes para vosotros los humanos.

– Oh, no sé cómo agradecértelo, querido sapo- dijo la niña.

– No tienes que agradecerme nada. Hice lo que debía.

El sapo le entregó a los niños los trozos de brasa. Ellos consiguieron hacer fuego de nuevo. El sapo se quedó a vivir con los niños y creció muy feliz junto a ellos, que por supuesto, lograron formar una enorme familia y recuperar con ella poco a poco la tribu chiriguana.

La generosidad del sapo: El sapo podría haberse guardado la brasa para él. O simplemente pensar que no la necesitaba para nada. Pero decidió ser prudente y previsor, y al considerar que era algo importante, quiso mantenerlo encendido. La generosidad consiste en ser capaz de desprenderse de algo valioso sabiendo que otro lo necesita más. El sapo nos da una buena lección al respecto.

El ingenio ayudó al sapo a mantener la brasa encendida: No era fácil mantener la brasa encendida con lo que estaba lloviendo. Para que la lluvia no la apagara, pensó que la boca sería un lugar más seguro. Cuando notaba que la brasa se estaba apagando, la soplaba para que se reavivara. Un plan muy ingenioso que consiguió luego sacar a los niños de un gran apuro.

El valor de la empatía nos ayuda a sobrevivir: Si el sapo no hubiera sentido empatía por los niños, la tribu chiriguana se hubiera extinguido sin más. Pero el sapo sintió lástima y quiso ayudarles. Un gesto que fue importantísimo para la supervivencia de los pequeños.

«La generosidad consiste en ser capaz de desprenderse de algo valioso sabiendo que otro lo necesita más.»

 

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