Un hombre llamado Mortal vino a la aldea de Omares y le dijo al primer niño que encontró: avisa al viejo más viejo de la aldea, dile que hay un forastero que necesita hablar urgentemente con él.
Aviso el niño al viejo Arcino y le acompañó de la mano hasta donde el hombre aguardaba muy nervioso.
¿Se puede saber que es lo que usted desea y cual es la razón de tanta prisa? le requirió el viejo Arcino.
Soy Mortal, dijo el hombre sin mirarle.
Todos lo somos dijo Arcino.
Mortal no es un nombre, mortal es una condición.
¿Y aún así?, aunque de una condición se trate, sería usted capaz de abrazarme?, inquirió el hombre.
Prefiero besar a este niñoo que dar un abrazo a un forastero, pero si de esa manera queda tranquilo, no me negaré. No es raro que llamándose de ese modo ande por el mundo como alma en pena.
Se abrazaron al pie del árbol más cercano.
Mortal de muerte y mortandad, musitó el hombre al oído del viejo Arcino.
El que no lo entiende de esta manera lleva las de perder. La encomienda que traigo no es otra que la que mi nombre indica. No hay más plazo, la edad está reñida con la eternidad.
¿Tanta prisa tenías? inquirió el viejo, sintiendo que la vida se le iba por los brazos y las manos, de modo que el hombre apenas podía sujetarlo.
No te quejes que son pocos los que viven tanto.
No me quejo de que hayas venido a por mí, me conduelo del engaño con que lo hiciste, y de ver asustado a ese pobre niño.
Luis Mateo Díez Rodríguez
Escritor y académico español.