Zagul en el reino de los ogros.

por chamlaty

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Vivían una vez, en el gran desierto, dos hermanos, uno rico y sin hijos, el otro pobre y cargado de niños.

Cada día en la casa del rico había fiesta. Sobre su mesa venían presentadas carnes exquisitas, legumbres frescas, frutas gustosas hechas llegar de los oasis cercanos y lejanos.

No faltaba nunca el blanco pan de la flor de harina bien cernida para eliminar el salvado y el afrecho. El remanente era mandado a la casa del pobre para que la esposa le hiciese un calducho muy escaso y flojo. El pueblo, una extensión de arena quemada por el sol, ofrecía alguna zarza o matorral reseco y espinoso.

Un día Zagul, el hermano pobre, tomó la escardilla y fue a buscar algún arbusto para hacer un poco de fuego en casa durante la rígida noche sahariana. Arrancando una zarza espinosa, la desarraigó desde sus raíces y abrió un hoyo que le despertó curiosidad. Lo ensanchó de manera tal que podía ver hacia dentro, después entró y se encontró inesperadamente en el subterráneo de los “ghual”, los ogros malvados que comen carne humana. Estupefacto, atónito, se dejó llevar por la curiosidad, volvió los ojos al rededor, dio un vistazo y de pronto vio una increíble cantidad de tesoros amontonados por todas partes: oro, piedras preciosas, joyas…

De improviso se encontró de frente a la madre de los ogros, figura gigante de manos velludas y gordas, los labios abultados salientes de manera de mostrar los dientes amenazadores. Ella se adelantó pesadamente hacia él, más Zagul con sagacidad se volvió alrededor y se aferró rápidamente a una de las manos que ella había echado sobre sus espaldas. Así obtuvo Zagul, benevolencia, según la regla de honor, en el reino de los ogros.

Entonces la ogra le permitió tomarlos tesoros que quisiera, hasta que el ogro y los hijos estuvieran ausentes. El afortunado mortal llenó el turbante, la capucha y cuantos recipientes pudo improvisar y marchó. Cerró con prudencia la entrada del subterráneo y sus alrededores.

Desde aquel día su familia no vivió más en la escasez. Zagul compró vestidos, instrumentos de trabajo, cobijas, provisiones y víveres. Y cuando las provisiones se terminaron, regreso al reino de los “gual” donde la madre de los ogros lo colmó de nuevos regalos.

El hermano rico se maravilló cuando se dio cuenta que Zagul no aceptaba la acostumbrada ración de salvado o afrecho. Fue entonces a visitarlo y constató con gran sorpresa la gran transformación de su casa. Entonces lo llenó de muchas preguntas hasta que le reveló el secreto.

No contento, el hermano prepotente exigió sin  razón, acompañar a Zagul en la siguiente visita al reino de los ogros. Así un día fueron juntos, y la madre de los ogros fue generosa como de costumbre. Al despedirlos empero susurró en la oreja de Zagul: “No vengas mañana porque estarán presentes los otros ogros”.

Zagul hizo saber al hermano la advertencia, aun así este pensó que era una maniobra para obtener él sólo todos los tesoros, y al día siguiente regresó solo al reino misterioso. Mas apenas puso un pie en el antro subterráneo, una voz retumbó “Siento olor de hombre”, entonces todos los ogros se dispusieron a cazar al intruso hasta que encontraron al pobre todo tembloroso, arrinconado en la grieta de una roca.

—¡Oh estás aquí! —exclamó el gran jefe ogro-

¿por qué has venido? ¿Quién te mostró el camino?

—Ten piedad de mi! —exclamó el desventurado-

Me ha mandado mi hermano Zagul. El ha robado vuestros tesoros.

—Está bien. Ajustaremos las cuentas con él también. Ahora empezaremos por ti – Así diciendo lo agarró y lo mató. Después se transformó en figura humana y se dirigió a la aldea en busca de Zagul. Era ya la hora de la oración y muchos musulmanes, en el patio de la mezquita, estaban haciendo las abluciones o purificaciones rituales antes de entrar en el templo. El ogro disfrazado de mercante se acercó al primero que vio y le preguntó:

—¿Conoces a Zagul?

—¡Soy yo!

—Vamos a la casa, tengo mercancías seleccionadas para ti.

Zagul acogió al comerciante con mucha cordia lidad como hace cada buen creyente hacia “el huésped de Dios” más sus hijos miraron con sospecha al recién llegado.

Al llegar a la casa el falso comerciante se delató por lo que era y con voz terrible pidió al pobre Zagul, devolver los tesoros que había llevado del reino de los ogros. El hijo más joven de Zagul se quedó afuera y entendió que su padre estaba en peligro en manos del ogro y corrió por las calles de la aldea pidiendo ayuda.

En un abrir y cerrar de ojos todos los hombres (¿y quién no era amigo de Zagul?) acudieron

en socorro con horcas, escardillas y cuchillos y redujeron al ogro a pedazos.

Así Zagul pudo vivir tranquilo con sus hijos, y también los habitantes de la aldea fueron felices al verse libres de aquel ogro peligroso. En cuanto al hermano rico y avaro, nadie lo compadeció porque no había dejado tras de sí ni hijos ni amigos.

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