El Miedo A La Muerte

por chamlaty

* Francisco J. Vargas
http://www.acamexico.com/

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¿Le tiene usted miedo a la muerte, violenta o natural? Si su contestación es afirmativa, no está solo. Aunque decir que el hombre teme a la muerte es cliché, no por eso es menos cierto. Da la casualidad que todo mundo muere, incluyendo a los doctores.

Desde luego, la gente valiente por naturaleza no tiene temor a la circunstancia de morir. Yo tampoco tengo miedo a morir, pero no por valiente, sino porque razone el asunto. Por algún tiempo, debo admitirlo, el tema sí me causó inquietud.

Aún hoy, con todos los avances tecnológicos y metafísicos disponibles, la muerte sigue siendo un gran misterio que pone los pelos de punta al más pintado. Sobre todo porque lo que sí sabemos con certeza, es que genocidas y santos, ricos y pobres, niños y adultos, recién nacidos y ancianos, morimos por igual. Por eso hay gente que muere de miedo con sólo sentir la muerte cerca. Sin que nadie los toque físicamente, ellos mismos se espantan con la muerte y se mueren solitos. Y no es para menos, ya que morirse es el adiós físico a los placeres terrenales, de los cuales el mayor es el sexo. Pregunte por ahí, y hasta el Popis Benedicto le dirá que no hay mayor placer físico que el coito. Véalos, la manera en que los charros negros -curas jineteadores de nacos- gozan la vida, indica que ni ellos creen en el Paraíso que predican. Al menos yo, no les veo muchas ganas de morir e ir a gozar de las delicias celestiales que según ellos nos esperan en el más allá.

En realidad, el temor a la muerte -o mejor dicho, el miedo de la persona a la forma en que morirá- tiene más de instinto que de razonamiento. Es parte de la naturaleza de los habitantes en este planeta sobrevivir a como de lugar, de otra manera la especie humana ya se hubiera extinguido. Por eso los torturadores tienen ventaja sobre sus víctimas, ya que si el hombre es alérgico al dolor, combinado con la posibilidad de la muerte hacen que cualquiera se espante.

Todos nos familiarizamos desde la infancia con la muerte, aunque no tengamos noción exacta de sus implicaciones. Nunca faltan parientes, vecinos o conocidos que pasen a peor vida y nos lleven a visitar con grave parsimonia el cementerio. Otra cosa es ver morir inesperada y violentamente a alguien, pues eso nos pone cara-a-cara con la sorprendente vulnerabilidad del ser humano. Si una persona se quiere suicidar no es fácil quitarse la vida, pero si la muerte viene sorpresivamente por ella, morirse es de lo más fácil. Recuerdo que de niño me tocó ver en la calle, accidentalmente, la muerte de un joven que agonizaba dolorosamente en el suelo debido a unas cuchilladas recibidas momentos antes en un pleito, según decían los mirones. Lo impresionante para mí fue oírle balbucear a las personas que intentaban auxiliarlo que no quería morir. Y claro, murió.

Comprendo por qué en los USA, después de que niños presencian la muerte violenta de otros, les asignan racimos de psicólogos para aliviarles el trauma mental. Porque vaya impresión me causó la muerte mencionada. Por años intenté adivinar, antes de dormir, qué pasaría después de la muerte, pues rehusaba creer que todo acabara tan radicalmente para nosotros los humanos. Naturalmente, la escasez infantil de neuronas no me daba para pensar mucho, y la religión católica menos, pues la babosada de que «despertaremos para el juicio final» empeoraba mi silenciosa desesperación. Y si entonces todavía no había ni televisión en mi pueblo, menos había adultos a los que yo pudiera hablar del asunto: Todos ellos me parecían muy nacos para explicarme el miedo a la muerte de la manera concisa que yo hubiera demandado de ellos. Tenía nociones escolares elementales de astronomía, y de noche cavilaba tratando de explicarme por qué planetas y estrellas seguirían en sus lugares por milenios mientras un joven que no quería morir dejaba involuntariamente de existir en la calle.

Pero la vida continúa y crecí. La gente siguió (y sigue) muriendo natural y violentamente. Otras cosas ocuparon mi mente al dedicarme, como todo mundo, a labrarme un lugar propio en la sociedad. Poco a poco olvidé lo del temor a la muerte violenta.

Al imbuirme en las artes militares chinas -o sea el planear fríamente la muerte de los enemigos- tuve que encarar de nuevo el asunto de la muerte por medio de la violencia, pero desde un ángulo más racional. Los anales militares chinos hablan de cierto general chino que hace más de un milenio decía a sus soldados antes de las batallas: Morir es regresar a casa. Es decir, no hay razón para temer a la muerte en cualquiera de sus formas. Después de todo, un militar con miedo -sea soldado raso o general- echará a correr, traicionará a los suyos, cambiará de bando, se hincará a rezar con la cara entre las manos… Finalmente, el general predicó con el ejemplo porque cuando le tocó morir prematura y violentamente lo hizo enfrentando la muerte como si fuera el camino más rápido para regresar a casa.

Con el paso del tiempo estudié el lado religioso y también el filosófico -la filosofía china es para aclarar dudas-, de la muerte. Más allá de factores elementales como el karma, la muerte nos confronta con el aspecto ético (o no) del ser humano. Por ejemplo. La vida es importante porque nos permite hacer lo que planeamos hacer en este mundo antes de nacer. Pero también es importante la muerte. No solamente por la forma de morir de la persona, sino porque lo que bien empieza bien acaba. O al revés, lo que mal empieza, mal acaba. ¿Qué quiero decir con eso? Quiero decir que ni la vida ni la muerte son definitivas.

Y le diré por qué.

Morir no es el final de la historia de nadie. Creer, por ejemplo, en un sólo Dios, o en la muerte eterna, son dogmas sin reverso e ilógicos, puesto que nada en este mundo tiene solamente un lado. En una balanza podemos ver este principio, pues si ponemos uno de algo en un lado y dos de lo mismo en el otro, se inclinará por el lado más pesado. La dualidad taoísta del Yin y del Yang es imprescindible para explicarnos adecuadamente la vida y la muerte. Esto es, lo que da vida puede también quitarla, y viceversa.

Si usted piensa que lo que digo son locas divagaciones de mi propia cosecha, no se preocupe, no soy tan listo. Son experiencias resultado de milenios de estudios en el Oriente, y que yo aprendí de maestros chinos. Sucede que esos principios y mi propia experiencia de vida encajan como anillo al dedo. Por eso las escribo en beneficio de quien las quiera leer, porque tampoco es a güevo la cosa.

La muerte nos rodea desde que nacemos porque físicamente nuestro cuerpo regenera sus propias células constantemente. Eso significa que aunque parcialmente, nuestro cuerpo nace y muere muchas veces desde el nacimiento hasta la muerte total. Ni en vida somos pues ajenos a la muerte, o transformación, según le llaman los taoístas. Ni a la regeneración o reencarnación. Sabemos que tarde o temprano todos vamos a morir. Pero eso no quiere decir que debamos poner en riesgo innecesario la vida, ya que nadie más puede morir en nuestro lugar. Tampoco es para salir corriendo al primer signo de peligro. Acuérdese lo que dijo el general chino: La muerte no es el final de la vida, solamente el final del cuerpo físico. El espíritu que mueve al cuerpo sigue activo después de la muerte, como cualquier empleado de funeraria le puede asegurar si le pregunta. La razón por la que académicos y personas listas, incluyendo religiosos de alto rango, dudan de la inmortalidad del espíritu, es porque no dominan la alquimia china. Luego entonces no tienen la menor idea de lo que el espíritu significa. No pueden sentir en su cuerpo la circulación de la energía divina que mueve al ser humano, energía que regresa después de la muerte al mismo lugar en el universo de donde vino.

Dicen en China: Los tontos temen a la muerte. ¿Por qué? Porque no tienen ni idea de lo que se trata. Sin embargo, la explicación es relativamente sencilla. Después de la muerte, el espíritu abandona el cascarón pero su vida continúa en el más allá. Luego de cierto tiempo, regresa a este mundo en otro cuerpo pues esta vida es para expiar los crímenes cometidos contra otros y para acumular méritos suficientes para romper el ciclo nacimiento-muerte-reencarnación. Si en lugar de acumular méritos acumulamos crímenes, entonces la persona solamente empeorará su propia situación metafísica. A eso se le llama principio de la retribución.

Ahora bien. ¿Cuántos son y a dónde van los espíritus de quienes logran romper el ciclo de retribución ? Pues quién sabe, oiga, yo no soy especialista en religión sino en metafísica.

Pero por el momento y en la Tierra, todos los humanos, sin importar condición social ni nacionalidad, pasamos por sufrimientos similares y somos presa de las fuerzas superiores de la dualidad taoísta: Nadie puede ser eternamente joven y fuerte, pues eventualmente la decrepitud lo alcanzará. Aún siendo el hombre más rico del mundo hoy, mañana o en la siguiente reencarnación podría ser el hombre más pobre. Aún teniendo todo lo que cualquiera pueda desear en lujos materiales, el hombre nunca está satisfecho y vive deseando más. Aún muriendo, estamos condenados a volver a nacer y enfrentar lo malo y bueno que hicimos en esta vida. Aún sin morir todavia, podemos ser obligados por los dioses a enfrentar crímenes contra otros y pagarlo con sufrimientos físicos o económicos propios y de familiares. Aún haciendo todo lo humanamente posible, es imposible alcanzar la perfección o la santidad en este mundo, pero como dinero puesto en una cuenta de ahorros en el banco, los méritos hechos ahora nos servirán para la siguiente vida.

En otras palabras, si tratamos de ser mejores que ayer, no tendremos miedo de morir en cualquier instante o forma pues viviremos satisfechos con lo que hacemos y tenemos. Sabremos exactamente nuestro pasado y futuro, por lo tanto tendremos un presente feliz. No tendremos miedo de vivir ni de morir. Tampoco tendremos miedo a lo que hay después de la muerte, ni miedo a castigos en el más allá pues no habrá espíritus ofendidos por nosotros acusándonos de nada ante el Juez de la Muerte. Quien sabe su presente, sabe su futuro. El presente es la causa de efectos futuros de retribución.

También hay personas que temen morir no por ellas, sino por sus hijos o esposas que dependen de ellos, lo cual es comprensible y admirable. Desafortunadamente, nadie puede vivir ni morir por otros, ni siquiera por padres e hijos, pues cada quien trae marcado su propio destino. Lo que sí podemos hacer, es preocuparnos por ayudar a los demás, tenerles consideraciones y ayudarlos con nuestro conocimiento, cualquiera que éste sea.

En conclusión, lo primero que hay que hacer para perder el miedo a la muerte es recordar los principios anteriores y prepararnos mentalmente para afrontar el momento final con el valor que da la buena conciencia. Quien no ha robado, ni matado, ni obstruido el progreso de otros no tendrá jamás temor al ser llamado a cuentas por el Juez de la Muerte.

Eso es todo.

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