La golondrina y los pájaros.

por chamlaty

A las golondrinas les encanta viajar. En invierno buscan sitios más cálidos y están viajando constantemente. Por eso, aprenden mucho de sus viajes y suelen ser muy sabias.

Eso le pasaba a una pequeña golondrina, que sabía mucho por haber viajado por todo el mundo. Sabía tanto, que era capaz incluso de avisar a los marineros cuando se acercaba una tormenta, porque sabía predecir la llegada de borrascas, lluvia y marejada…

Esta golondrina, sobrevolaba un día de verano un campo y vio a un campesino hacer surcos en la tierra. Entonces, se dio cuenta de lo que se avecinaba… y fue a avisar al resto de pájaros.

– ¡Eh, gorrión! ¡Tú, paloma!, ¡escuchadme bien!- les dijo- ¿Veis a ese campesino haciendo profundos surcos en la tierra?

– Sí, sí le vemos- dijeron un tanto dubitativas las aves.

– Pues significa que algo malo se avecina: de esas semillas que ahora esparce el campesino en los surcos, crecerán enredaderas, que os atraparán cuando voléis bajo… Y vendrán máquinas pesadas que serán vuestros verdugos.

– ¿Pero qué dices, golondrina? – dijo la paloma- ¡Yo no veo tanto horror como nos dices! ¿Cómo va a pasar eso? ¡No te creo!

– Yo tampoco te creo- dijo el gorrión.

– Debéis creedme- insistió la golondrina- Podéis parar todo esto si os coméis las semillas que el campesino está echando a la tierra…

– ¿Comernos todas esas semillas? ¡Cuánto trabajo! No, nada de eso haremos- dijo la paloma.

– Pues entonces- añadió la golondrina- Cuando empecéis a ver crecer el cáñamo, esconderos en algún lugar, en tejados y tapias, ya que no podéis cruzar como yo los océanos. Es la única forma de salvaros de las trampas de los humanos…

– Nada de eso haremos, querida golondrina. ¡No haces más que crear alarmas sin sentido!

La golondrina, muy triste, agachó la cabeza y salió volando. Los pájaros, evidentemente, no le hicieron caso. El cáñamo creció, y lejos de atender las advertencias de la golondrina, siguieron volando bajo. Muchas de ellas quedaron atrapadas entre el cáñamo y otras, entre las ruedas de las máquinas.

Moraleja: «Así nos sucede a todos, que no atendemos más que a nuestros gustos; y no damos crédito al mal hasta que lo tenemos encima».

 

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