Zhugu y Kangmei.

por chamlaty

En el pastizal de la montaña de nieve, pródiga en vegetación y flores, noventa jóvenes fornidos y setenta muchachas, laboriosas cuidaban de un rebaño de ovejas como estrellas, cerdos grandes como osos y vacas grandes como elefantes. Pero todo aquello era propiedad de Dongbenjiugao y su esposa. Trabajando sin descansar, año tras año, de noche y de día, alimentándose del viento y durmiendo bajo el rocío. No poseían ni uno de aquellos animales, ni una carpa que les perteneciera. Sólo las lágrimas, el hambre, el frío, la amistad y el amor les eran propios.

Entre los noventa muchachos había uno (a quien en adelante apelaremos Zhugu) llamado Zhuguyulepai que se destacaba por más capaz entre los demás. Sabía trabajar las pieles y sembrar y era tan diestro en la caza que los animales cuando lo veían se morían de miedo. Kangmeijiumingji (llamada Kangmei) era la más bonita de todas las muchachas y además sabía trasquilar y ordeñar, coser y bordar, con tanta habilidad que incluso los más diestros obreros se sentían incapaces ante ella. Estos dos jóvenes se amaban y se ayudaban mutuamente; con la miel del amor limpiaban las lágrimas, cantaban y bailaban juntos, acompañándose con música. Sus compañeros los elogiaban comparándolos con una pareja de picos nevados que se hallaba al fondo del sitio donde trabajaban; también comentaban que eran como dos grullas blancas volando inseparables por aquel espacio de cielo.

El propietario de todo aquello y su esposa cansados de vivir en aquel lugar, se habían trasladado a otro mucho mejor en la falda de la montaña. Los muchachos se sintieron tan libres como si les hubiesen quitado una montaña de los hombros. Pero el astuto ganadero temía que sus esclavos se escaparan y les ordenó que también se mudaran al nuevo sitio. Pero, ¿cómo se puede volver a encerrar al pájaro que ha salido de su jaula? La orden del ganadero fue un viento en sus oídos y ninguno aceptó irse de allí. El esclavista les decía cosas bonitas como “Deseo que vivan tanto como los árboles antiguos, como el agua y como yo mismo”, para seducirlos les enviaba grullas, cuclillos, golondrinas y otros tipos de aves y peces, ciervos cabras, pero aún así los esclavos no estaban dispuestos a bajar de la montaña. Zhugu y Kangmei le contestaron firmemente: “Queremos la libertad, aunque no vivamos tanto como el esclavista”. Este señor temía que su esclavatura se escapara junto con todo el ganado, por lo que mandó construir nueve puertas de piedra blanca y siete de piedra negra para cerrarles el paso, además de nueve enrejados y siete verjas para impedir la salida de los animales.

Los esclavos estaban prontos para fugarse cuando observaron que habían perdido un rebaño de ovejas. Entonces Zhugu, dirigiendo a los muchachos y Kangmei a las jóvenes formaron dos grupos para salir en su búsqueda. Después de atravesar nueve montañas y siete valles los jóvenes llegaron hasta un árbol sumamente extraño llamado Hanyingbaoda y allí encontraron al rebaño perdido. El exótico vegetal tenía las ramas de coral, las hojas de jade, las flores de oro y plata, y los frutos, piedras preciosas. Los esclavos se pusieron a cantar y a bailar alrededor del árbol, locos de contento.

Como no llevaban ningún adorno puesto pensaron en coger algunos de sus frutos. Entonces un joven tomó un hacha blanca de hierro y la lanzó contra el tronco, pero no sólo no quedó ni la huella sino que hasta el filo del hacha se melló. El habilidoso Zhugu mató una vaca, le sacó el cuero e hizo un fuelle. Luego hizo carbón con la madera de un castaño que había cortado y fabricó un cuchillo filoso con la reja de tres arados. Por último, atrapó al dragón blanco para que templara el metal, hizo el mango con el cuerno del unicornio, y lo llevó a la orilla del río para frotarlo hasta que quedó tan filoso como la arista de una espiga de trigo. Zhugu llegó luego donde el árbol y con el primer cuchillazo volaron tablas blancas que se transformaron en plata. Con ella formaron pulseras para los muchachos y aretes para las chicas. Con el segundo cuchillazo saltaron maderas verdes, que al volcarse en el agua fueron jades, con los cuales se hicieron pulseras para las chicas. Al tercer golpe saltaron maderas amarillas, que no eran sino oro resplandeciente, utilizados para plasmar hermosos “sanxiu” (collares). Al cuarto cuchillazo salieron maderas negras que al transformarse en perlas brillantes se colocaron en el cuello de los jóvenes y en las trenzas de las muchachas. A la quinta vez, las maderas blancas se transformaron en conchas blancas de moluscos con las cuales confeccionaron cinturones para los muchachos y adornaron el cabello de ellas. La madera roja que saltó del sexto cuchillazo fue enseguida bejuco colorido, que una vez trenzado sirvió para vaina de los cuchillos. La madera roja del séptimo cuchillazo se transformó en un tigre rojo. Luego de quitarle la piel se fabricaron cinturones, carcajes, mantas, etc. Y por último, con la madera amarilla de la última cuchillada, que se presentó en bambú del mismo color, se hicieron flautas, lusheng (instrumentos musical) y silbatos. Con los adornos, los muchachos quedaron más guapos y las chicas más hermosas. Kangmei quedó adorable con los adornos que le puso Zhugu y éste más buen mozo con los que ella le colocó. Zhugu tocaba tan bien la flauta que a Kangmei, al escucharlo, le latía el corazón a pasos acelerados, y ella tocaba tan bien el silbato que él sentía su corazón navegar.

Después de haber encontrado el rebaño y conseguido los adornos, el deseo de los esclavos era escaparse. Zhugu abrió las nueve puertas blancas y las siete negras y dejó que salieran como el agua corriente sus compañeros. Kangmei abrió las verjas y permitió que las ovejas se fueran cual nubes flotando. La gente fue saliendo una por una. Kangmei montó en un caballo verde y corrió hacia abajo, dando vuelta la cabeza cada dos por tres, inquieta por Zhugu. Este descendió en un caballo blanco y a todo galope para alcanzar a Kangmei que iba más adelante.

Mientras los pastores andaban y andaban comenzó a caer la lluvia de otoño: en un abrir y cerrar de ojos el valle se inundó. Cuando Kangmei y las muchachas acaban de atravesar el puente éste quedó partido por el impresionante oleaje del río: Zhugu y sus compañeros se quedaron al otro lado. Los muchachos trataron de hacer un puente de piedras en el curso superior, pero apenas lo pisaron se derrumbó. Desde la otra orilla las muchachas trataron de formar un puente con tallos de cáñamo, pero éste también se cortó enseguida. Entonces Zhugu construyó un barco con madera de pino; luego mató una cabra y con su cuero hizo balsas. Por último formó un puente colgante con trenzas de bambú y tablas de abedul. Así, hubieron tres formas de cruzar el río. Zhugu dejó que sus compañeros pasaran primero. Por fin, casi todos se reunieron y siguieron su camino muy contentos. Pero faltaba Zhugu, quien no había tenido tiempo de cruzar cuando fue llamado por sus crueles padres para que volviera a su casa. Kangmei estuvo espera que te espera al otro lado del río y al ver que su amigo no venía se sintió sola: desconsolada, estuvo dando vueltas de aquí para allá a la orilla del agua.

Sus compañeros se habían marchado lejos, su amigo no venía y no tenía ni qué comer ni cómo vestirse; por eso a Kangmei no le quedó otra alternativa que trabajar de tejedora para otra gente. Extrañaba mucho a Zhugu; las lágrimas bañaban su tejido. Sus claros lagrimones blanquearon el negro cáñamo y lágrimas de sangre tiñeron la blanca tela. Un loro de buen corazón la vio, volando hasta ella para hacerle compañía y preguntarle qué la acongojaba. La joven le respondió:

– Dile por favor a Zhugu: en el cielo hay tres estrellas que no han vuelto a su constelación. Yo soy una de ellas. En la tierra hay tres hierbas que no han sido mordidas por las ovejas; yo soy una de ellas. En la aldea hay tres muchachas que no han intimado con hombres; yo soy una de ellas. Pon rápidamente la montura de oro a su caballo y ven a buscarme.

El loro llegó a la casa de Zhugu y al no encontrarlo les dijo a los padres el mensaje de Kangmei, quienes respondieron rencorosamente. – Cuando las negras nubes cubren el cielo no brillan las estrellas; ella no es una estrella que no ha vuelto a su constelación sino una negra estrella sin brillo. Las hierbas se marchitan en invierno; ella no es una hierba verde, sino marchita. Tiene un demonio en el vientre, no es una buena muchacha. No merece que se le vaya a buscar en un buen caballo con montura de oro y menos aún que mi hijo se case con ella –. El loro volvió hasta el telar y le transmitió a Kangmei equivocadamente las palabras de los padres de su amado como si fueran un mensaje de toda la familia. Kangmei sintió que su corazón se congelaba, ¿será posible que Zhugu se haya vuelto malvado como sus padres? Kangmei volvió a encargarle al loro que le llevara un mensaje a Zhugu:

– Trasmítele por favor a Zhugu: “En el pasado yo he dicho muchas cosas, y de entre ellas hay tres frases que debes recordar eternamente: Sólo la plata puede emparejarse con el oro, sólo el jade puede emparejarse con las perlas y sólo Zhugu puede emparejarse con Kangmei. Si aún lo recuerdas, monta pronto en tu caballo con montura de oro y ven a buscarme.

El loro encontró a Zhugu y le transmitió el mensaje de la bella. Al recordar el profundo sentimiento de Kangmei, él pensó que ojalá pudiera volar enseguida a su lado; la situación en que ella se encontraba le dolía tanto como si tuviera espinas en el corazón.

– Dile, te lo ruego, a Kangmei – le manifestó al loro –: Las palabras de la persona amada viven en el corazón como la tinta en el agua. Pensaba ir a buscarla en invierno, pero mis padres escondieron mis zapatos y mi ropa y me controlaban de tal modo que no había forma de escaparme. Quise ir por ella en primavera, pero me encontré en una situación difícil: mis padres no me daban nada para comer y estaban todo el tiempo con los cuatro ojos pegados en mí, no tenía forma de huir. Cuando quise ir tras ella en verano las grandes lluvias caían a torrentes y mis padres me ocultaron el impermeable, vigilándome día y noche. En otoño vino el maldito ganadero a buscarme para trabajar. Había muchísimo que hacer y el patrón me vigilaba todo el tiempo con un látigo de bambú en la mano. No había forma de eludirlo. Tengo el corazón partido de tanto esperar. – El loro lanzó un suspiro y partió.

Desde que Kangmei había mandado el segundo mensaje esperaba y esperaba con la esperanza de que el loro regresara rápido junto a Zhugu. Si soplaba viento, ella creía que era el amado que llegaba y se levantaba a recibirlo pero sólo encontraba el vacío. Si oía ruido de cascos pensaba que era Zhugu que venía a buscarla y se levantaba a abrir la puerta, pero era otra persona. Esperó mucho tiempo más ni llegaba respuesta a su mensaje ni arribaba su adorado. Al pensar en que él ya no la quería sentía el corazón atravesado por cuchillos y lloraba sin consuelo. Sus habilidosas manos parecían estar afectadas de paludismo; el telar terminó tirado a un lado, en el suelo, y el cáñamo sin tejer.

Los dioses de los muertos por amor sintieron lástima de Kangmei y bajaron desde el tercer palacio del dragón de jade a tratar de convencerla:

– Kangmeijiumingji de virtud inflexible, vente al tercer palacio del dragón de jade donde hallarás la felicidad. Estás sufriendo demasiado en este mundo y no eres ni libre ni feliz. Allá tenemos césped suave como algodón, flores durante las cuatro estaciones e inagotable agua de fuente. Allí el tigre sirve de montura, el ciervo blanco para arar, el gamo cuida la puerta y el faisán canta en la mañana. El cuco sabe llevar mensajes y el zorzal, cantar. No hay moscas ni mosquitos. Ven ya con nosotros y les enseñarás a los demás a tejer seda blanca como la nieve y a bordar cinturones, comerás aromáticos caramelos de pino.

Esperando a su amor, a Kangmei se le habían hundido los ojos, tenía los labios resecos, las piernas delgadas y se le habían agotado las lágrimas. Así, terminó por perder las esperanzas y obedeció a los dioses, yéndose a vivir bajo un árbol de la montaña Ruogo enterrando su amor.

El loro volvió con el mensaje de Zhugu. Pero ¿dónde estaba Kangmei? La buscaba por todas partes.

El patrón de Zhugu había perdido un gran buey y estaba muy preocupado. El joven aprovechó para decirle:

– ¡Déjeme ir a buscarlo! – El amo asintió y Zhugu salió corriendo como una flecha en busca de Kangmei. Después de pasar noventa y nueve montañas y setenta y siete valles no consiguió encontrarla. Lloró con dolor y gritó al cielo: “Kangmei, ¿dónde estás?”. Y así, caminando y gritando llegó hasta la montaña Ruogo donde la vio, frente a aquel árbol. ¡Ay! ¡Qué susto se llevó! ¡La querida Kangmei ¡ya había enterrado su amor! Fue como un rayo en su cabeza: enloquecido se abrazó llorando a Kangmei.

– Mi amada Kangmei, he llegado tarde.

Las lágrimas de Zhugu limpiaron el polvo de la cara de Kangmei y las lágrimas de sangre tiñeron de rojo su vestido de cáñamo. Entonces habló el alma de Kangmei:

– Llorar no resuelve nada, Zhugu. En el pasado nos amábamos mutuamente hasta que el odiado río nos separó. Te envié muchos mensajes y tú ni los contestaste ni viniste a buscarme, ¡eres demasiado malvado! – Zhugu le explicó de qué manera la amaba y los problemas que había tenido con sus padres y el patrón para venir a buscarla, y el mensaje que le había enviado con el loro. Y justamente llegó éste, quien confirmó las palabras de Zhugu y además explicó que el primer mensaje no había sido de Zhugu sino de sus padres. Kangmei comprendió todo: abrigó mucho rencor hacia los padres de Zhugu y el patrón que habían puesto tantos obstáculos.

– Mi querido Zhugu – dijo lanzando un suspiro – yo no puedo revivir, quémame con ramas de pino y hojas de ciprés para que pueda ir al hermoso tercer palacio del dragón de jade. Mis adornos y joyas están enterrados en el límite del mundo, donde se junta lo blanco con lo negro, en la montaña Ruogo: son para ti. Ahora nos despedimos para siempre.

Con un dolor infinito Zhugu fue a buscar los adornos y joyas de Kangmei, recogió leña de pino y hojas de ciprés, hizo una gran fogata y luego, abrazando a Kangmei, gritó:

– ¡Querida Kangmei, voy contigo! – y se tiró a las llamas.

Zhugu y Kangmei se convirtieron en dos nubes de humo y se encontraron en la montaña nevada.

 

(Cuento de la nacionalidad naxi)

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