La sospecha.

por chamlaty


Un día, un hombre perdió su hacha, y empezó a sospechar del hijo de su vecino. Todo en él le indicaba que se trataba del ladrón: observó la forma de caminar del muchacho (y le pareció que, efectivamente, andaba como un ladrón); observó su forma de hablar (y pensó que hablaba igual que un ladrón); y observó minuciosamente sus gestos… No tenía ninguna duda: ¡eran los gestos de un ladrón!

Pero días después, encontró su hacha tirada en el valle. Y al regresar a su casa, comenzó a observar que el hijo de su vecino realmente no tenía ninguna pinta de ladrón.

Moraleja: «Muchas veces vemos lo que queremos ver y emitimos un juicio sin saber».

Por qué tendemos a crear juicios de valor a partir de nuestra intuición.
Al final creemos lo que queremos creer y vemos lo que queremos ver.
Las emociones nos engañan y nos confunden.

Cómo la ira nos puede engañar.

Esta fábula corta de ‘La sospecha’, escrita por Lie Zi, explica muy bien por qué muchas veces nos dejamos llevar por los prejuicios que trazamos guiados por el odio, la ira o incluso la envidia, llegando a desfigurar por completo la realidad:

La realidad no es la que nos presentan nuestras emociones: En esta historia, el hombre que perdió el hacha estaba muy enfadado. Guiado por la ira, decidió buscar un sospechoso, y lo encontró rápido muy cerca de donde él vivía. Deseaba tanto que el muchacho del que sospechaba fuera el culpable, que empezó a transformar la realidad y a interpretar a su manera todo lo que veía.

Por qué no debemos dejarnos llevar por los prejuicios: No se puede acusar a nadie de haber hecho nada si no hay pruebas que lo demuestren. En este caso, el hombre que perdió el hacha no vio a nadie robarla. Entonces, ¿cómo podía estar tan seguro de que había sido el hijo de su vecino? Se dejó llevar por la rabia y la necesidad de encontrar un culpable. Los prejuicios la mayoría de las veces suelen estar muy lejos de la realidad.

La realidad depende de los ojos que la miran: La realidad puede interpretarse de mil maneras diferentes. Lo que a uno le parece rosa, a otro puede parecerle anaranjado. Todo es subjetivo, porque antes de llegar a nuestra mente, pasa por un filtro: el de las emociones. Tal vez si un día estés feliz, veas un rosa radiante y si otro día estás triste, ese mismo rosa te parezca apagado y débil.

«Los prejuicios, trazados muchas veces por el odio, la ira o la envidia, normalmente desfiguran por completo la realidad».

 

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