Nos levantamos de la cama, el sol brilla y todo parece indicar que el día puede ser perfecto. Sin embargo, vamos a levantar al menor de nuestros hijos y arde de fiebre, la mayor tiene berretín de lunes, por la canilla no sale agua caliente, la niñera avisó que no viene, nuestro jefe nos manda un mensaje para una reunión de primera hora, nuestro marido nos avisa que esa noche cenamos con amigos… Y, de pronto, toda señal de bienestar parece haber sido vencida por una aplanadora.
En estas condiciones, pensar que la vida la hacemos difícil nosotros, casi parece un chiste, o un secreto barato de autoayuda. Aun cuando vengan con enseñanzas a futuro, estos accidentes mínimos nos complican y nos tiran el ánimo un poco abajo, ¡y más cuando recién arranca la jornada!
Incómodos y frustrados, observamos cómo estas situaciones ponen a prueba nuestra armonía personal. A la hora de hacerles frente, acontece el verdadero desafío. ¿Cómo podemos distinguir lo insignificante de lo realmente importante?
¿Y cómo podemos encontrar respuestas fáciles y prácticas a los problemas, sin enroscarnos sobremanera, ni complicarnos más de la cuenta? Para los expertos, con buena actitud, el cambio de perspectiva es evidente. ¿El gran desafío? encontrar la justa medida.
¿Soy siempre responsable de mis problemas?
“En la mayoría de los aspectos, somos nosotros quienes nos complicamos la existencia”, asegura Merlina Meiler, coach con un máster en Programación Neurolingüística. Y continúa: “La vida siempre nos presenta situaciones con distintos grados de resolución, pero no siempre elegimos la más sencilla. Parecería que precisamos demostrarnos, a nosotros mismos y a los demás, que podemos, que somos fuertes, inteligentes y, sobre todo, que si no hay cierto nivel de dificultad o de esfuerzo, o el problema no es tal; y, por ende, no somos tan capaces como parecemos. Nada de luchar contra los molinos de viento; algunas veces éstos incluso pueden ser nuestros aliados”, desglosa la especialista.
Pero entonces, si la vida es simple, ¿cómo la complicamos? Según explica Meiler, “una de las actitudes más complicadas es repetir viejas fórmulas de fracaso comprobado, topándonos una y otra vez con la misma piedra, sin lograr salir del círculo vicioso, en vez de aventurarnos a probar algo nuevo. Ya Einstein había comentado que para él la definición de locura es hacer siempre lo mismo y esperar un resultado distinto. Entonces, que los temores al cambio y a las situaciones nuevas no nos impidan solucionar problemas de raíz y para siempre”.
Depende, todo depende
Hay quienes dicen que la vida no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa. Entonces, ¿somos o no responsables de lo que nos sucede, lo bueno y lo malo? Meiler es clara al respecto:
“De algunas cosas sí, de otras no, y no creo que sea importante dilucidarlo. Lo mejor es dejar atrás el tema de las responsabilidades (ya que generan culpa, con todo lo que eso conlleva) y, además, tengamos presente que todos podemos cometer errores, somos humanos. Asimismo, avanzar proactivamente hacia el logro de resultados y de soluciones”.
En suma, se trata de aprender a ver la vida como una aliada, no una enemiga. Y por lo tanto, que las cosas que nos suceden, por muy desgraciadas que puedan ser, son para nuestro bien. Aunque nos lleve años (terapia incluida) darnos cuenta de que “lo que me pasó” fue para aprender algo y, simplemente, poder mejorar como personas y avanzar en la vida, sin tanto peso encima. Algunos dirán que esto es consuelo de tontos o exceso de optimismo. Pero, ¿qué puedo esperar si veo todo negro? Como por arte de magia, ¡todo lo será! ahora, dirán, ¿cómo se explica esto cuando un ser querido se enferma, cuando no se tiene trabajo para afrontar los gastos, cuando nos estamos separando, o simplemente cuando la vida, sin tregua, tira para atrás? Meiler considera que hay un triángulo de conductas que todos debemos evitar: “Colocarnos en posición de víctimas con el famosos ‘ay, todo me pasa a mí’, de victimarios y rencorosos ‘me la van a pagar’ o de salvadores universales del mundo y de todo lo que contiene ‘yo puedo con todo solo’, porque todo esto nos llevará directamente al fracaso y al desgaste estéril de energía. Enfrentar lo que está sucediendo y buscar ayuda capacitada nos permitirá dejar atrás el conflicto a la menor brevedad posible”.
Simplificar la existencia
Nada es de un día para otro, y habrá que, muy de a poco, con convencimiento, lograr hacer un cambio de actitud. Porque la actitud positiva siempre es de gran ayuda. Esto no es ver un camino de rosas donde hay pantano, como tampoco no advertir los desafíos de la vida o las estresa, así podemos prepararnos graves problemáticas; es, sencillamente, no dramatizar por demás ni maximizar cuestiones mínimas. No tirar más leña al fuego ni salar las heridas. Es aceptar lo que se nos presenta y actuar en consecuencia. Es ocuparse en lugar de preocuparse por demás y bloquearse.
Merlina Meiler brinda unos simples consejos para incorporar a nuestra conducta y poder empezar a vivir mejor:
*Permitir que la gente piense lo que quiera de nosotros, sin que eso haga mella en nuestra autoestima ni condicione nuestras acciones. Es, simplemente, aprender a acallar las voces externas que tan mal le hacen a nuestro ser; o sea en otras palabras, hacer oídos sordos a las tonterías.
*Buscar nuevas maneras de solucionar viejos conflictos. Para llegar a esto, primero debemos haber advertido que del modo en el que está planteado el asunto, la cosa no va más.
*Pedir ayuda cuando la precisamos. No es de débiles, ni de poco capacitados: es de humanos saber pedir una mano a tiempo, antes que todo se desdibuje.
*No generar relaciones de dependencia ni permitir que las entablen con nosotros. Hacer el propio camino, aun con la compañía deseada, pero sin tener que pedirle permiso a nadie.
*Ser fieles a nosotros mismos en todos los ámbitos. Quizá, ésta es la parte más difícil: ¡sernos sinceros! es la manera de vivir en consonancia con lo que hacemos y lo que deseamos.
En resumen, se trata de recomendaciones simples, posibles de incorporar a nuestro día a día. Claro, al principio deberemos hacer hincapié en ellas y pensarlas en vez de sentirlas realmente hasta que se nos hagan carne. Esto nos permitirá hallar el deseado equilibrio, para hacernos la vida más liviana.
Nada mejor que andar con la cabeza fresca, sin millones de pensamientos (mayormente inútiles) que nos hacen confundir, por lo que no podemos distinguir la pavada de lo relevante. A veces, son los grandes sacudones los que nos ponen en el lugar correcto. Pero, ¿por qué esperamos a que la vida nos dé un cimbronazo? qué mejor que empezar hoy a querer estar mejor con uno mismo.
Visto en http://www.mejoraemocional.com/