Vivía un hombre en una casa muy coqueta a las afueras del pueblo, en el campo. Tenía un huerto y un hermoso jardín, pero a pesar de todos sus intentos, no había conseguido ver crecer sano ningún árbol frutal. Probó a sembrar diferentes árboles, pero o bien no germinaban o al poco de nacer, el árbol se secaba… Ni un triste limonero consiguió este hombre ver crecer.
Sin embargo, junto a su casa vivía un cura bonachón, con muy buena mano para el campo. Su casa era muy parecida, pero en su jardín contaba con un espléndido manzano que hacía las delicias de muchos de sus vecinos. El árbol era hermoso, fuerte, y daba unas deliciosas y dulces manzanas amarillas.
El hombre lo miraba con celos, luego con envidia. ¿Cómo era posible que en el mismo lugar, con la misma tierra, su vecino pudiera tener ese manzano y él no consiguiera ver crecer ninguno?
La envidia fue en aumento y su frustración le llevó a tomar una decisión: debía destruir aquel manzano. Se le ocurrió llevar por las noches desperdicios y basura para intentar pudrir las raíces del árbol. Cáscaras de patata, excrementos de los animales… Sin embargo, cada día que pasaba el árbol se veía más fuerte y esplendoroso. No se daba cuenta que en lugar de estropear las raíces del árbol, aquella basura hacía de abono, alimentando y nutriendo al manzano en lugar de dañarlo.
El cura consiguió manzanas mucho más grandes y un árbol muy robusto, mientras que su vecino, sin saber qué sucedía, siguió cada noche esparciendo basura, con el objetivo de malograr aquel manzano. Nunca lo logró.
Moraleja: «No dejes que la envidia te lleve a la acción, ya que no te aportará felicidad, sino más bien, desgracia»
(‘El envidioso’ – Juan Eugenio Hartzenbusch)
La envidia te destruye: El envidioso desea lo que no tiene, pero además de sentir una frustración tremenda y un sentimiento terrible de infelicidad, desea destruir lo que el otro tiene, con la intención, piensa él, de ‘instaurar la justicia’, o ‘su justicia’. ‘Si yo no puedo tenerlo, que tampoco lo tenga el otro’, piensa. Y le parece justo y razonable.
Sin embargo, así no conseguirá la felicidad que ansía, y puede que tampoco consiga la infelicidad del otro, puesto que tal vez para el otro la felicidad no resida en eso mismo que él tanto desea. La cuestión radica en valorar lo que tenemos y en no desear lo que tienen otros. El amor propio es esencial para poder vencer el sentimiento de envidia.
En busca de la felicidad: El envidioso pensaba que con un árbol frutal podría ser feliz, ya que veía feliz a su vecino con el manzano. Sin embargo, al no poder conseguir su propio árbol frutal, pensó que destruyendo la felicidad de su vecino, conseguiría ser él más feliz. Al menos, ya no tendría delante aquel ‘objeto de deseo’ y podría librarse del sentimiento de envidia. Pero, ¿qué hubiera pasado si hubiera conseguido destruir el árbol? Hubiera tenido envidia por cualquier otra cosa. La sed del envidioso no termina acabando con el agua de otros… Él seguirá teniendo sed.
Lo que necesita el envidioso, sin darse cuenta, es conseguir el agua para sí mismo, es decir, aquello que le aporte felicidad. Y la felicidad no está fuera, sino dentro de nosotros. Consiste en apreciar lo que tenemos, valorarlo y amarlo.
La necesidad de controlar las emociones: Todos hemos sentido celos alguna vez por los logros de otros. En nuestras manos está transformar ese sentimiento en algo positivo, que nos empuje a crecer y a seguir sus pasos, o por lo contrario, dejarnos llevar por la envidia, sentir cómo arde la frustración por dentro, y sentirnos terriblemente vacíos, inútiles e infelices.