Cuenta una antigua leyenda escandinava que hace mucho, pero que mucho tiempo, los osos polares tenían la cola larga, como la de los lobos.
Pero un día de frío invierno, uno de estos osos que estaba muerto de hambre, se encontró con un zorro que llevaba una cesta repleta de peces. El oso comenzó a relamerse en cuanto vio tanto manjar junto.
– Eh, zorro- le dijo el oso polar al ver lo que llevaba en la cesta- ¿Cómo conseguiste tantos peces? ¡Me muero de hambre! ¡Me encantaría cazar alguno.
– Pues muy fácil, oso- contestó el zorro– los he pescado en el lago.
– ¿El lago? ¡Pero si está helado!
– Pero… ¿no lo sabes? – preguntó incrédulo el zorro- La superficie del lago está helada, pero debajo hay mucho agua y el lago está repleto de peces.
– ¡Vaya! ¿Y cómo los puedo pescar?
– Muy fácil. Tú abres en la superficie del hielo un agujero con tus afiladas garras, y después metes la cola en el agua, que está muy fría, sí, pero tienes que hacer esfuerzos por aguantar, porque de esta forma los peces se acercarán a curiosear y te ‘mordisquearán’ la cola. Cuando lleves un rato y sientas que ya hay muchos peces mordiendo la cola, te levantas con rapidez y así podrás recoger una buena cantidad de peces.
– ¡Pues no parece muy difícil!- exclamó entusiasmado el oso.
– Bueno, debes tener cuidado… no dejes la cola dentro del agua más de cinco minutos, porque las consecuencias podrían ser terribles.
– Qué bien, muchas gracias, zorro, estoy deseando pescar esos apetitosos peces- dijo el oso, olvidando la advertencia del zorro.
El oso polar caminó sobre el suelo de hielo del lago, se paró e hizo con sus garras un pequeño agujero. Entonces, se sentó y su cola quedó sumergida en el agua. En seguida comenzó a notar pequeños mordiscos.
– ¡Ya están picando!- gritó eufórico el oso.
La verdad es que sentía mucho frío, pero estaba tan hambriento, que decidió aguantar un poco más. Y más y más. De hecho, estuvo hasta diez minutos con la cola sumergida en el agua. Hasta que ya no pudo más:
– ¡Uf! ¡Ya no soporto más este frío! Y habrán picado muchos peces, así que … ¡a levantarse!
El oso dio un tirón muy fuerte al levantarse, pero de pronto ocurrió algo terrible: había pasado tanto tiempo con la cola sumergida en el agua helada, que la cola se había congelado y al levantarse de golpe, se partió como una estalactita. El pobre oso polar perdió su cola y encima se quedó sin peces. Y todo, por avaricioso… Lo más curioso es que desde entonces, todos los osos polares, descendientes de este primer oso polar, nacieron ya con la cola corta.
Cuidado con la avaricia: Cuando nos dejamos cegar por la avaricia, terminamos olvidando los riesgos que conllevan esa ‘obsesión’ por conseguir más y más. Al final, la falta de prudencia nos puede pasar factura. En este caso, el oso polar perdió su cola por olvidar el sabio consejo del zorro.
Más vale poco pero seguro y sin riesgos: La prudencia es siempre una buena consejera. Nos ayuda a ganar sin traspasar el límite del riesgo. Quien persigue más de lo que necesita, al final puede terminar perdiéndolo todo, tal y como le sucedió al protagonista de esta leyenda, que no solo perdió su cola sino que además se quedó sin sus peces.
Nunca lo olvides: las imprudencias, se pagan.