Existió hace mucho tiempo un experto en el arte de la caligrafía en China. Se llamaba Yi Zhi. Su popularidad era tal, que muchas personas acudían desde muy lejos para contemplar su escritura, como si de un cuadro se tratara.
Este hombre, que además era muy sabio, tenía un hijo que quiso emular a su padre. Al principio, los vecinos de Yi Zhi alababan los progresos de su hijo. Tal es así, que el niño creció en vanidad y llegó a pensar que realmente era muy bueno en su oficio.
– Seré mucho mejor que él en el oficio y me aplaudirán al ver mis obras- se dijo un día.
Así que tomó unos pinceles y comenzó a crear un texto. Tardó varios días, prestando atención para intentar copiar cada uno de los trazos de su progenitor. Todo orgulloso, tras casi una semana de trabajo, fue a enseñárselo a su padre.
Yi Zhi observó el cuadro y al darse cuenta de la vanidad que mostraba su hijo, decidió no hacer ningún comentario. Tomó uno de sus pinceles y añadió un pequeño trazo al final de uno de los caracteres.
El niño entonces fue corriendo a ver a su madre, que era una excelente crítica de arte. Ella observó el dibujo de su hijo y le dijo:
– No está mal, pequeño, pero te queda mucho todavía para ser como tu padre. De hecho, en todas estas palabras solo hay un pequeño trazo que se parezca a su escritura.
Y diciendo esto, señaló justo el trazo que su marido había añadido en una de las letras. El niño, algo avergonzado, fue de nuevo a ver a su padre.
– Papá, ¿por qué no he podido hacer el dibujo como tú después de tantos días de práctica.
Su padre le miró y respondió:
– ¿Ves todas esas tinajas que hay a lo largo del patio?
– Sí, son muchas- asintió el niño.
– Mi padre me dijo un día que solo conseguiría ser grande en algo si las llenaba todas de agua y practicaba el arte que quisiera trabajar hasta que se agotara la última gota de agua de la última de las tinajas.
El niño entonces lo entendió. Llenó las tinajas de agua y al cabo de veinte años, justo cuando se terminó la última gota de agua de la última tinaja llena, comenzó a ser alabado por todos. Su caligrafía, entonces sí, era tan buena como la de su padre.
El arte de la caligrafía, un cuento chino.
Muchas veces queremos algo de forma inmediata, sin esfuerzo, sin perseverancia. Y la vanidad nos hace llegar a pensar que podremos conseguirlo. Pero no es así. El dominio de un arte precisa de todos estos valores:
Sin esfuerzo ni perseverancia, no hay recompensa: En la inmensa mayoría de los casos, salvo contadas excepciones, cualquier aprendizaje precisa de esfuerzo y sobre todo de tesón y perseverancia. No podemos convertirnos en el mejor en ninguna disciplina sin esfuerzo, sin práctica y sin tiempo.
No se trata de practicar un par de días ni dos meses. El esfuerzo debe ser mantenido en el tiempo durante muchísimo más. Si tenemos claro un objetivo y lo acompañamos de ilusión, lo conseguiremos. De ahí la importancia de dedicarnos a lo que realmente nos gusta o motiva. No puedes perseverar por tanto tiempo en algo que no te agrada.
«Si tenemos claro un objetivo y añadimos grandes dosis de ilusión, lo conseguiremos»