Vivía una pareja de ancianos en una humilde casita a las afueras de un pueblo. Hacían sombreros de paja de forma artesanal y luego los vendían en la plaza del pueblo. Pero apenas tenían dinero para comer con lo que ganaban con los sombreros.
Justo el último día del año, el anciano dijo a su mujer:
– ¡Ojalá pudiéramos celebrar el fin de año con esas bolitas de arroz que tanto te gustan!
– ¡Sería maravilloso!- dijo algo apenada la mujer.
– Voy al pueblo e intentaré vender los cinco sombreros de paja que nos quedan. Con lo que gane, podré comprar la cena de esta noche. ¡Y será especial!
A su mujer se le iluminaron los ojos. ¡Cómo deseaba poder celebrar la Nochevieja con una buena comida a la mesa!
El hombre se abrigó bien, porque hacía mucho frío, guardó los sombreros de paja en una bolsa, se puso el suyo en la cabeza, y partió hacia el pueblo muy animado. Una vez en la plaza, comenzó a gritar para que le oyeran bien:
– ¡Vendo sombreros de paja! ¡Sombreros de paja!
Pero el bullicio era tremendo. La gente iba y venía con mucha prisa, y nadie se fijó en el anciano ni en sus sombreros. Las horas pasaron sin que el pobre hombre pudiera vender ninguno.
Desolado, decidió regresar a casa. ¡Cuánto le apenaba no poder comprar las bolitas de arroz, esas que tanto le gustaban a su mujer!
– No tengo un buen día… qué le vamos a hacer- dijo para sí.
El hombre aceleró el paso, porque justo en ese momento comenzaba a nevar con mucha fuerza. Tanto, que en nada, la hierba se cubrió de blanco.
Decidió ir por otro camino más corto, justo el que pasaba junto a los jizos de piedra. Eran seis jizos, seis dioses de piedra que velaban por los más débiles y por los viajeros, y a los que el anciano tenía mucho respeto. Los vio a lo lejos entre la ventisca y sintió mucha lástima. ¡Tenían las cabezas cubiertas de nieve!
– Oh, ¡estaréis pasando mucho frío!- dijo al llegar junto a ellos.
A pesar de que tenía las manos congeladas, el anciano fue retirando la nieve de las cabezas de los jizos.
– Esperad, os cubriré con los sombreros que no pude vender.
El anciano fue colocando los sombreros de paja sobre la cabeza de los jizos, pero le faltaba uno…
– Vaya, me falta uno… Bueno, pues te pondré el mío- dijo entonces el hombre.
El anciano se quitó el sombrero, aún sabiendo que terminaría mojado por la nieve, y se lo puso con dulzura al jizo. Se despidió de ellos y siguió su camino. Por supuesto, llegó totalmente empapado a su casa.
– ¡Estás calado! ¿Y tu sombrero?- preguntó su mujer al verlo.
– Verás… no pude vender los sombreros, y se los di a los jizos del camino, para que no pasaran frío en la cabeza… ¡está nevando mucho! Como eran seis, le regalé el mío a uno de ellos. Lo único que me da rabia, es no poder haber comprado algo especial para esta noche… ¡No he tenido un buen día!
La mujer le miró con ternura.
– No te preocupes, no importa. Nos tomaremos un consomé y pasaremos el rato junto a la chimenea.
El hombre se dio una ducha caliente, se cambió de ropa, y luego cenaron junto a la chimenea un consomé caliente. Entonces, escucharon un ruido afuera. Se cubrieron con una manta y abrieron la puerta. ¡No podían creer lo que estaban viendo! Había montones de bolsas con comida, ropa de abrigo y hasta utensilios para la casa. Junto a las bolsas, una nota que decía:
«Queremos que celebren esta noche como se merecén. Y que tengan alimentos para una buena temporada. Muchas gracias por quitarnos la nieve y por los preciosos sombreros de paja. Les deseamos mucha felicidad».
La pareja se miró asombrada.
– ¡Qué equivocado estaba- dijo él- ¡He tenido un excelente día!
Los jizos les habían hecho el mejor regalo de su vida. Esa noche al fin pudieron celebrarla como deseaban.
CUENTO JAPONÉS.
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La generosidad, cuando es sincera, suele tener recompensa. Pero es una generosidad que se entrega sin pedir nada a cambio, sin ningún interés y sin esperar recompensa:
Cuando la generosidad es de corazón: A veces confundimos generosidad con ‘chantaje’ o ‘préstamo’. Cuando damos algo buscando un interés, pensando en el beneficio, o buscando notoriedad, no es generosidad. Cuando damos algo y exigimos algo a cambio, no es generosidad. Y esa, la generosidad falsa, no sólo no obtiene recompensa, sino que muchas veces, termina por perjudicar a quien la utilizó.
Para que la generosidad sea sincera, la entrega tiene que ser completa y desinteresada. Debe nacer de la bondad. Se entrega amor sin pedir nada a cambio. Lo mismo sucede con la generosidad. En esta historia, ‘Los jizos y los sombreros de paja’, nuestro protagonista les regaló sus sombreros a los jizos, sin esperar nada a cambio, buscando que ellos pudieran sentirse mejor. Y precisamente por eso, recibió gratitud.
La importancia de la gratitud: Cuando alguien nos ofrece algo desde el corazón, y sin pedir absolutamente nada a cambio, nace una emoción que nos lleva a compensar de alguna forma esa bondad. A esto le llamamos gratitud. No hace falta que la gratitud llegue en forma de regalo, no hace falta que sea material. Existen muchas formas de demostrar el agradecimiento. Ayudando a la otra persona en algo que necesite, dedicándole tiempo, nuestra amistad…
«Para que la generosidad sea sincera, la entrega tiene que ser completa y desinteresada»