Había una vez un perro que andaba siempre vagabundeando. Comía siempre de los restos que las personas tiraban.
Un día, el perro se hizo con un buen trozo de carne, que alguien había tirado a la calle. El perro no podía creérselo… ¿quién tiraba un trozo de carne así? ¡Qué maravilla!
Así que ese día, el perro se fue tan contento hacia el bosque, para disfrutar de la jugosa comida en soledad.
Pero al llegar justo a la orilla de un río, se paró de golpe: ¡No podía ser verdad! En el agua había otro trozo de carne, igual de grande y suculenta que la suya. Y pensó:
– ¡Menuda suerte la mía! ¡Dos trozos de carne en un día!
Así que, sin pensárselo más, soltó la carne y se tiró al agua por el otro trozo.
La corriente del río se llevó su trozo de carne y el otro trozo, el que había visto desde desde la orilla… ¡Ya no estaba! Resultó ser el reflejo de su propio trozo de carne.
Y así fue como el perro, ese día, no pudo comer.
Moraleja: «Si ansías algo que no tienes y dejas lo tuyo por hacerte con ello, puede que te quedes sin nada»
(‘El perro y el trozo de carne’ – Esopo)
El protagonista, un perro un tanto glotón: En la historia de esta fábula del perro y el trozo de carne (atribuida a Esopo, aunque después fue reescrita por más fabulistas), el protagonista es un perro un tanto ‘glotón’ que se deja guiar por su ansia y cae en el descuido de lanzarse a por el otro trozo de carne, sin pensar si era real o no.
Los impulsos no racionales nos hacen cometer errores: Los impulsos ciegos a menudo nos hacen cometer un error. Es lo que sucede también, por ejemplo, con la ambición desmedida o con la codicia. O por qué no, también podemos trasladarlo a los caprichos. Puede que consigamos lo que queríamos pero… ¿realmente nos hacía falta y lo necesitábamos?
Antes de actuar, piensa: Lo mejor, antes de lanzarse de cabeza a apagar un deseo ardiente, es pensar qué beneficios me va a aportar y cuáles son los riesgos que estoy dispuesto a asumir, ¿no crees?