Cuentan que hace mucho tiempo, unos campesinos que sembraron mucho maíz, estaban preocupados porque no llovía. Y es que por entonces, la lluvia solo estaba donde los dioses, y no bajaba a la Tierra.
Los hombres decidieron mandar a un pájaro en busca de la lluvia:
– Pájaro Papán, necesitamos que la lluvia venga hasta aquí. ¿Podrías ir a buscarla?
– Claro que sí- dijo orgulloso el pájaro- La traeré enseguida.
Y el pájaro Papán se fue en busca de la lluvia. La encontró en lo alto de una montaña, y le dijo:
– Lluvia, te necesitan donde el inmenso campo de maíz. Me mandan los hombres en tu busca. ¿Podrías venir?
– Claro- dijo la lluvia- Iré, pero solo si tú me acompañas todo el camino.
– Claro que sí- respondió el pájaro Papán.
Pero a mitad de camino, el pájaro tenía las alas tan mojadas que cayó al suelo y no pudo volar más. La lluvia se dio la vuelta.
Los hombres, preocupados ante la tardanza del pájaro Papán, decidieron enviar a otro pájaro, mucho más veloz:
– Cheque Cheque- dijeron los hombres- Necesitamos que nos ayudes. ¿Podrías ir a buscar a la lluvia y convencerla para que venga?
– ¡Por supuesto!- dijo el pájaro Cheque Cheque.
Y el ave encontró enseguida a la lluvia, que estaba regresando a la montaña.
– Por favor, lluvia, los hombres te necesitan. ¿Podrías venir conmigo hasta el gran maizal?
– Claro, pero solo si tú me acompañas- respondió de nuevo la lluvia.
Y el pájaro Cheque Cheque voló bajo la lluvia, pero no aguantó mucho tiempo. Sus alas se empaparon y no pudo seguir volando. La lluvia se dio de nuevo la vuelta.
Los hombres estaban realmente preocupados: ¡La lluvia no llegaba! ¿Y si mandaran otro animal? Pensaron quién podría ir en busca de la lluvia, y decidieron que fueran los sapos. Tal vez dando saltos lograran llegar hasta ella. Y los sapos, que trabajaban en equipo y eran muy organizados, se repartieron el trabajo.
El sapo Cachetón dividió muy bien las tareas:
– A ver, sapo Patón, tú subirás hasta la loma de ese cerro… Y tú, sapo Enano, subirás a la cima del otro cerro… Y el sapo Bocón subirá hasta el último cerro.
El sapo Cachetón se fue entonces en busca de la lluvia, y la encontró muy pronto:
– Eh, lluvia, los hombres te necesitan donde el maizal- le dijo- ¿Podrías venir conmigo?
– ¿Y cómo me guiarás hasta allí?- preguntó extrañada la lluvia- ¡Si no puedes volar!
– No, pero salto muy alto. Daré brincos y te llevaré hasta el campo de maíz. Por si no me ves, cantaré, y en cada cerro escucharás mi canto. Así no te perderás. – respondió el sapo.
Y la lluvia comenzó a seguir al sapo Cachetón. Pero como era pequeño, la lluvia le perdió de vista. ¡Menos mal que escuchó el canto del sapo Patón en el primer cerro! Allá que fue la lluvia. Y cuando pasó el cerro, escuchó el canto del sapo Enano, y la lluvia no tuvo problemas en llegar hasta el segundo cerro. Por último, la lluvia escuchó con claridad el canto del sapo Bocón, en el cerro en donde estaba el maizal. Y allí fue la lluvia, y se quedó unos cuantos días.
Los hombres estaban muy agradecidos a los sapos.
Y así es como desde entonces los sapos continúan cantando en cuanto llueve.