Leyenda sobre el origen las manchas del ocelote.

por chamlaty

Cuenta una antigua leyenda mexicana que hace mucho tiempo, cuando los dioses crearon a todos los animales y la naturaleza, le dieron al ocelote una piel inmaculada, del color del sol y suave como el algodón.

El ocelote era un animal muy tranquilo. Se alimentaba de frutas y raíces y bebía agua del río. No se metía con otros animales y se pasaba los días admirando el cielo. Amaba a las estrellas, al sol, pero sobre todo a Meztli, la luna, de quien estaba enamorado.

Un día, apareció en el cielo una estrella que jamás había visto. Se movía a gran velocidad y dejaba una cola de fuego como estela, que iluminaba todo el cielo a su paso.

Citlalpol, el lucero de la mañana, le aconsejó no hacer nada, pues estaba de paso y pronto se iría. Pero él no hizo caso.

El ocelote siguió a esa estrella presuntuosa, que desafiaba con su luz y belleza a la hermosa luna. Celoso, le dijo:

– ¡Fuera de aquí! ¡En este cielo solo hay lugar para una reina y esa es mi amada Meztli!

La estrella, que era en realidad un cometa, le miró desafiante y respondió:

– ¿Cómo tratas así a los que vienen de fuera?

Y como el ocelote continuaba exigiendo al cometa que se fuera, el cometa, enfadado, le lanzó con fuerza algunas piedras y fuego de su cola.

Al ocelote no le dio tiempo a refugiarse y algunas de las piedras incandescentes se estrellaron contra su piel, produciéndole algunas quemaduras.

Desde entonces, los ocelotes ya no tienen la preciosa piel dorada, sino una piel salpicada de manchas oscuras que recuerdan la necesidad de recibir con respeto a los que vienen de fuera.

Sé amable y recibirás gratitud: entregar amabilidad cuesta muy poco y se recibe mucho más de lo esperado a cambio. La amabilidad genera gratitud, y ésta muchas veces nos sorprende con alguna recompensa no esperada. El ocelote podría haber tratado con amabilidad al cometa y el desenlace de esta historia hubiera sido muy distinto.

La necesidad de ser tolerantes con los extranjeros: el lucero de la mañana, que acompañaba a la luna, advirtió al ocelote y le pidió tolerancia con el intruso. Pero el animal, cegado por los celos, no hizo caso y trató mal al extranjero. Su falta de tolerancia le llevó a su vez a una falta de respeto que terminó por enfadar al recién llegado. Las consecuencias fueron las que ya conocemos… el ocelote dejó de tener esa piel dorada tan hermosa que lucía al principio.

«Los celos terminan haciéndonos daño a nosotros mismos»

 

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