Hace tiempo, en un apartado reino, un apuesto príncipe recibió la llegada de su prometida, una hermosa princesa rusa que llegaba desde Finlandia en un trineo con forma de cisne. Su piel era blanca y delicada y su pelo rubio casi albino. Su hermosura era tal, que hasta uno de los pajes del príncipe exclamó:
– ¡Es como una rosa blanca!
La princesa se ruborizó al escucharlo, y enseguida su piel se tornó sonrosada. El paje dijo entonces:
– Ahora es como una rosa roja… Es una rosa blanca y una rosa roja.
El príncipe, de ojos violeta y cabello rubio como el trigo, se enamoró al instante de ella.
Los reyes comenzaron a preparar inmediatamente los festejos para la boda, al tiempo que los jóvenes se enamoraban más y más. Sin duda, el enlace anunciaba un amor sincero, y todos estaban expectantes por formar parte de la mejor celebración nupcial que se hubiera visto hasta el momento.
Descansaban en el sótano unos cuantos fuegos pirotécnicos, esperando el momento para mostrarse al mundo. El príncipe le había preguntado a la bella princesa:
– ¿Has visto alguna vez fuegos artificiales?
– ¡No!- contestó ella- ¿Cómo son?
– Son como una aurora boreal… no, más bien, como una explosión de estrellas de colores… ¡te encantará!
Así que los fuegos artificiales, estaban deseando enseñar a la princesa todo su potencial.
– A la princesa le encantará ver cómo doy vueltas en el aire- dijo la rueda pirotécnica.
– Yo creo que le causará más impresión mi sonido- dijo el petardo.
Y así, todos los fuegos hablaban de lo maravilloso que sería aquel momento, hasta que un viejo cohete apoyado contra la pared, que hasta entonces no había dicho nada, carraspeó:
– Ejem, ejem… Ya podéis dejar de decir estupideces… Sabéis de sobra que en realidad todos esperan mi grandiosa aparición en el cielo. De hecho, la boda en realidad se ha preparado para mí, para honrarme en el momento en el que muestre mi potencial, que por cierto, me viene de varias generaciones atrás… Mi padre, mi abuelo y hasta mi tatarabuelo eran ilustres cohetes…
– ¡Qué modesto!- protestó la rueda- No creo que nadie haya organizado la boda por ti… ¿No será que tú formas parte de la celebración?
– Eso pensarían las mentes normales… No te juzgo, pero reconoce que tu intelecto deja mucho que desear, rueda…
– ¿Cómo te atreves? ¡Qué impertinente!
– Yo soy superior a vosotros. Eso debéis saberlo. Y por supuesto, tengo la potestad de hacer lo que desee. De hecho, tengo tanta simpatía por lo los novios, que podría llorar en este instante.
– ¿Simpatía? Dirás empatía, cohete… – dijo el petardo- No creo que sientas nada por ellos. ¡No les conoces! Y además te recomiendo no llorar. Puedes mojarte.
– ¿Y qué si me mojo? ¡Yo hago lo que quiero! Y si quiero llorar, pues lloro.
Y diciendo esto, el cohete comenzó a llorar, mojando la pólvora que cubría.
Llegó el momento. Instantes después, un hombre abrió la puerta del sótano y comenzó a guardar todos los fuegos artificiales en la caja. Incluido el famoso cohete.
En pocos minutos, todos comenzaron a brillar en medio de un cielo estrellado y muy hermoso. La rueda hizo al girar la mejor de sus piruetas; los petardos dedicaron su mejor sonido… Y hasta las bengalas brillaron más que nunca. Pero justo cuando iban a utilizar el cohete, se dieron cuenta de que estaba mojado, y lo dejaron de nuevo en la caja. El cohete se extrañó, pero pensó que le dejaban para el final, por ser tan especial…
Al día siguiente, las personas que recogían todo, al ver al cohete, decidieron tirarlo al otro lado del muro. Cayó sobre un charco de lodo.
– Vaya…deben haberme dejado en una especie de balneario moderno. Eso es porque se han dado cuenta de mi categoría- dijo el cohete.
Entonces le vio una rana que pasaba por allí y le dijo:
– Tienes buena voz… No tanto como yo. Las ranas somos los animales con mejor voz…
La rana siguió hablando de sus cualidades un buen rato, y el cohete se enfadó.
– ¡Qué antipática eres, rana… Odio a la gente que solo habla de sí misma y no me deja hablar a mí de mí mismo…
Pero en ese momento, la rana ya se había ido, y él se hundía más y más en el fango.
Después se acercó hasta él una pata:
– Qué extraño ser- dijo la pata– ¿Eres así, como un palo, o sufriste un accidente?
– ¡Lo que hay que oír!- protestó el cohete-. Te perdono porque no todos tienen mi categoría para conocer mundo, pero debes saber que soy un ilustre cohete y que puedo llegar hasta el cielo y estallar.
– Pues no me parece nada increíble– dijo la pata- ¿Para qué sirve eso? Si araras el campo como la mula o guardaras las ovejas como el perro, te diría que tienes un trabajo honorable. Pero no encuentro sentido al tuyo…
– Es que algunos, los más ilustres, no tenemos trabajos rudos. Estamos aquí para que contemplen nuestra belleza…
– Bueno, pues yo sigo sin encontrarle sentido.
Y diciendo esto, la pata se alejó en busca de comida.
Entonces llegaron dos niños que buscaban leña para poner su cazo en el fuego.
– ¡Mira, un palo!- dijo uno.
– ¿Un palo?- pensó el cohete- Querrá decir ‘un hermoso palo’. Sin duda, se referirá a eso…
– Yo creo que nos servirá- dijo el otro niño.
Así que cogieron el cohete y lo echaron a la lumbre. Cerraron los ojos y se durmieron.
Bueno, creo que en breve subiré al cielo. Llegó mi momento de gloria– dijo el cohete… pero nadie le escuchaba- Subiré a lo más alto y estallaré en un sonido que lo podrán oír todos. Ya siento un hormigueo…
Y de pronto, el cohete subió al cielo, pero nadie estaba allí para verle. Y de pronto, estalló:
– ¡bang, bang, bang!
Pero nadie le escuchó. Ni siquiera los niños, que estaban dormidos.
– Me parece que he causado una gran sensación- dijo el cohete. Y expiró.
La prepotencia suele pagarse con una buena ‘cura de humildad’: Las personas más soberbias y prepotentes suelen terminar recibiendo ‘un escarmiento’, ya que al final nadie quiere estar a su lado y terminan solas y aburridas. Al final muchas de las cosas que piensan terminan por darse la vuelta y demostrarle que estaban equivocadas. Pero una persona prepotente nunca reconocerá su error. El mejor antídoto contra la prepotencia y la soberbia es un buen ‘baño de humildad’. Es decir, que aquello de lo que presumen no se cumpla.
Si no quieres tener amigos…empieza por ser prepotente: La prepotencia aleja a todos porque nadie quiere sentirse ‘humillado’ por el prepotente. Además, los que son prepotentes suelen verse como personas antipáticas, mentirosas y hasta ‘peligrosos’.
«La prepotencia puede dejarte sin amigos. Es un defecto que aleja a los demás»