Érase una vez dos hermanos, uno pobre y otro rico. El pobre era muy bondadoso, mientras que el hermano rico era bastante avaricioso y un tanto tacaño. Aún así, a veces no se veía en otra que ayudar a su hermano, que vivía en una humilde casa y apenas tenía nada para comer junto con su mujer.
Era la víspera de Navidad, y el hermano pobre no tenía ni un trozo de pan para cenar en Nochebuena, así que fue a casa de su hermano rico:
– ¿Podrías darme algo de comer para esta noche, hermano? No tenemos nada y es Navidad…
El hermano mayor, refunfuñó:
– ¡Me tienes harto, siempre pidiendo! Te daré un trozo de tocino si te vas al infierno.
– ¿Al infierno?
– ¿Eso mismo digo!
– De acuerdo… – dijo el hermano pobre, pensando que efectivamente la condición a su comida era ir al infierno.
El hermano mayor le dio dos trozos de tocino y el hermano pequeño comenzó a andar y andar sin parar, en busca del infierno.
– ¿Dónde estará?- dijo algo compungido.
Llegó la tarde y comenzó a oscurecer. Al fondo de una calle sombría, vio a un anciano que se calentaba con unos trozos de madera a los que había prendido fuego. El hombre, al verle, preguntó:
– ¿Qué hace usted por aquí? ¿Qué busca?
– Oh, perdón, no sé muy bien dónde encontrar el infierno…
El anciano se rió y dijo:
– ¡Pues estás al lado, amigo! ¿Ves esa puerta roja de la pared? Allí dentro está el infierno. Pero ten cuidado. Cuando entres, van a querer tus trozos de tocino, que tienen muy buena pinta. No se los des… al menos que te den el molinillo que verás junto a una pared.
El joven se quedó pensativo y asintió. ¿Para qué quería él un molinillo? Aún así, creyó al anciano. Abrió la puerta y efectivamente, accedió al infierno. Hacía calor y las paredes estaban repletas de humedad. En seguida aparecieron unos pequeños diablillos rojos que no paraban de saltar y gritar.
– ¡Danos el tocino! ¡Danos el tocino!
Entonces, recordó lo que había dicho el anciano y dijo:
– Os lo daré a cambio del molinillo.
Y diciendo esto, señaló un pequeño molinillo que se veía sobre la repisa de una pared. Los diablillos accedieron y el joven salió de allí con el molinillo bajo el brazo. Al verlo, el anciano le dijo:
– Fantástico. Te enseñaré a usarlo. Con él podrás fabricar todo lo que desees, pero debes tener mucho cuidado, porque solo parará con unas palabras mágicas…
El anciano le explicó cómo manejar el molinillo, y el hermano pequeño, llegó muy contento a su casa. Comenzó a crear un pavo, ensaladas, hasta un lujoso mantel de Navidad y cubiertos de plata. El joven hacía girar el molinillo y decía:
– Muele pavo con manzana, pavo con manzana…
Y el pavo aparecía en la mesa.
– Muele sopa de marisco, sopa de marisco…
Y ya tenían sopa. Siempre agregaba unas palabras muy extrañas al final:
– TrasquiCrastriTrun (para parar el molinillo).
La mujer, al ver aquello, apenas podía creerlo, y el joven le explicó todo lo que había sucedido. Estaba tan contento, que decidió invitar a su hermano mayor como agradecimiento el día de Navidad.
Por qué el mar es salado: La invitación al hermano rico
– ¿A tu casa? ¿Y a qué nos invitarás, hermanito? ¿A un trocito de tocino?
– No, de verdad, venid y lo veréis.
El hermano mayor fue a su casa junto a su mujer y al ver aquello sintió una terrible envidia.
– ¿De dónde sacaste todo esto?
El hermano pequeño le contó su historia, y mostró todo lo que era capaz de moler aquel molinillo. Y el hermano mayor, que era muy codicioso, pensó en la cantidad de carne y alimentos que podría moler… ¡y sin trabajar!
Le llevó algo de tiempo, pero al final consiguió convencer a su hermano para hacerse con el molinillo, recordándole las veces que él le había ayudado, aunque fuera con poco. Le pagó mil monedas de oro a cambio, toda una fortuna. Pero al final, lo consiguió. Eso sí, su hermano pequeño no le explicó cómo funcionaba, así que cuando el hermano mayor fue a su casa a probarlo, sucedió lo siguiente:
Su mujer estaba en el campo con el trigo y él pensó, ‘¿qué preparo para comer?… ¡ya lo tengo! ¡Sopa de arenques!’.
Efectivamente, la sopa de arenques era una comida de ricos, y su mujer se pondría muy contenta al verlo. Entonces comenzó a dar vueltas al molinillo mientras decía:
– Muele sopa de arenques, sopa de arenques…
Y de pronto comenzó a salir sopa con arenques del molinillo. Mucha sopa y muchos arenques. Y más sopa y más arenques.
– Vale, ya está bien- dijo el joven un tanto contrariado, porque la sopa ya se estaba saliendo de la cacerola. Pero la sopa con arenques siguió saliendo, más y más, sin detenerse. Se desbordó la cacerola, comenzó a inundar la habitación, luego la casa… y empezó a salir por la calle.
La gente corría asustada al ver aquello. Las calles empezaban a llenarse de sopa con arenques por todas partes. Y el hermano mayor, asustado, llegó como pudo a casa de su hermano pequeño.
– ¡Por favor, haz que se detenga esto! ¡No lo quiero ya, mira lo que está organizando!
El hermano pequeño dijo en bajo sus palabras mágicas:
– TrasquiCrastriTrun.
Entonces todo se detuvo.
– ¡Esa cosa está endemoniada!- dijo el hermano mayor- ¡Quédatela!
Y así es como volvió el molinillo a manos del hermano menor.
Por qué el mar es salado…
Pero aquella historia comenzó a contarse por todas partes. Traspasó las fronteras y en muchos lugares ya se sabía que existía un molinillo capaz de fabricar cualquier cosa.
La historia llegó a oídos de un comerciante marinero que viajaba a por sal al otro lado del océano y luego lo vendía bien caro. Por entonces, el mar era de agua dulce, y la sal se conseguía de unas minas muy lejanas.
– Si consiguiera ese molinillo, no tendría que viajar tanto- pensó el hombre.
Así que fue en busca del hermano menor y le ofreció una suma de dinero millonaria por el molinillo. El joven accedió, ya que en realidad tenía todo lo que quería y no aspiraba a ser rico. El marinero volvió a su barco muy contento, se adentró en el mar y dijo:
– Ahora sí, esta es la mía. No necesito irme más lejos, fabricaré mi propia sal y la venderé al mismo precio. ¡Me haré rico en nada de tiempo!
Y el hombre comenzó a mover la manivela del molinillo:
– Muele sal, mucha sal… – decía entre risas el hombre.
Y la sal comenzó a manar con fuerza por el molinillo. En nada, tenía el marinero una montaña de sal sobre la popa. Pero la sal no dejaba de salir y el barco se llenó por completo de sal. Los grumetes saltaron al agua asustados. El barco naufragó con el marinero. ¡No había manera de parar aquello! Y el molinillo se hundió con el barco.
Desde entonces, el mar es salado, porque el molinillo aún hoy continúa fabricando sal.
CUENTO NORUEGO.