Demóstenes.

por chamlaty

    Demóstenes perdió de siete años a su padre; su tutor astuto lo despojó de toda la fortuna. En una ocasión el muchacho asistió a un juicio y oyó el discurso del defensor; y cuando el pueblo acompañaba en triunfo al orador, decidió dedicarse también a la oratoria.

    Desde entonces no tuvo otro pensamiento, ni de día ni de noche. Pero la tarea  no era fácil. A su primer discurso la multitud levantó tanto alboroto y escándalo, que tuvo que interrumpirlo, sin poder llegar al final. Abatido discurría por la ciudad, hasta que un  anciano le infundió ánimo, y le alentó a seguir ejercitándose.

Se aplicó entonces con más tenacidad a conseguir el propósito concebido de antemano. Era blanco de mofas continuas por parte de sus contrarios; pero él no se preocupaba. De vez en cuando se apartaba por completo de los hombres, y en grutas subterráneas seguía perorando.

Tartamudeaba un poco al hablar; para remediar este defecto y para que su lengua se moviera sin trabazón, poníale una piedrecita debajo; íbase a la orilla del mar y gritaba con todas sus fuerzas. Sus pulmones eran débiles; para robustecerlos daba grandes paseos al aire libre y recitaba en voz alta discursos y poesías… Siempre que oía una discusión seria, se iba a su cuarto, pesaba una y otra vez los argumentos de ambas partes, y procuraba fallar quién tenía razón.

Y ved ahí, que con esta formación de sí mismo, que no conoció desalientos, poco a poco corrigió sus defectos y llegó a ser orador tan formidable, que sus discursos hoy todavía, después de dos mil trescientos años, son el modelo en que deben estudiar cuantos desean destacarse en el campo de la oratoria. Y sin embargo, de niño era un pobre huerfanito tartamudo. ¡Qué admirables fuerzas laten en el hombre!

    Tihamer Toth. El joven de carácter. Atenas.

 

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