Cartago envió una embajada a Roma para pedir la paz. Confiose la legación al romano Régulo, que estaba preso, y se le exigió el juramento de volver a la cautividad si la misión no alcanzaba éxito. Puedes imaginarte la emoción de su alma al ver de nuevo a su amada Roma. Y habría podido quedarse allí, en su patria, definitivamente, caso de conseguir la paz.
¿Sabes qué hizo?
Fue él precisamente quién abogó con más ardor por la continuación de la guerra; y cuando el senado le alentaba a quedarse, dando por motivo que el juramento arrancado a viva fuerza no obliga, contestó:
– “¿Tan empeñados estáis en que me degrade? Bien sé que me esperan torturas y muerte al volver. Pero, ¡qué cosa más baladí es todo esto en parangón con la vergüenza de una acción infame, con las heridas de un alma culpable! Quiero conservar en su pureza el carácter romano, aun siendo prisionero de los cartagineses. He jurado volver. Cumpliré mi deber”.
Volvió a Cartago y los cartagineses, en medio de grandes tormentos, le dieron la muerte.
¡Este era el carácter romano!
No se puede pedir que todos los hombres sean ricos; ni que todos sean sabios; tampoco que todos sean célebres; pero sí, de todos podemos exigir, que tengan carácter.
Mas el carácter no es un “premio gordo”, que se pueda sacar – sin méritos.
El carácter no es un apellido de alta alcurnia que se hereda – sin trabajo.
El carácter el el resultado de la lucha ardua, de la autoeducación, de la abnegación, de la batalla espiritual sostenida con virilidad. Y esta batalla ha de librarla cada uno por sí solo, hasta que venza.
Tihamer Toth. El joven de carácter.