Un viejo ratón de biblioteca fue a visitar a sus primos que vivían en un solar y sabían muy poco del mundo.
— Vosotros sabéis muy poco del mundo — les decía a sus tímidos parientes —. Y probablemente ni siquiera sabéis leer.
— ¡¡¡ Oooohhhh !!!, ¡Cuántas cosas sabes! — suspiraban aquellos.
— Por ejemplo: ¿Os habéis comido alguna vez un gato?
— ¡¡¡ Oooohhhh !!!, ¡Cuántas cosas sabes! Aquí son los gatos los que se comen a los ratones.
— ¡Ja! Porque sois unos ignorantes. Yo he comido más de uno y os aseguro que no dijeron ni siquiera ¡Ay!
— ¿Y a qué sabían?
— A papel y a tinta en mi opinión. Pero eso no es nada. ¿Os habéis comido alguna vez un perro? Por favor. Pues yo me comí uno ayer precisamente, un perro lobo, tenía unos colmillos…, pues bien, se dejó comer muy quietecito y ni siquiera dijo ¡Ay!
— ¿Y a qué sabía?
— A papel, a papel. Y un rinoceronte. ¿Os lo habéis comido alguna vez?
— ¡¡¡ Oooohhhh !!!, ¡Cuántas cosas sabes! Pero nosotros ni siquiera hemos visto nunca un rinoceronte. ¿Se parece al queso parmesano o al roquefort?
— Se parece a un rinoceronte, naturalmente.
— ¿Y habéis comido alguna vez un elefante, un fraile, una princesa o un árbol de Navidad?
En aquel momento, el gato, que había estado escuchando detrás de un baúl, saltó a fuera con un maullido amenazador. Era un gato de verdad, de carne y hueso, con bigotes y garras.
Los ratoncitos corrieron a refugiarse, excepto el ratón de biblioteca, que sorprendentemente se quedó inmóvil sobre sus patas, como una estatua.
El gato lo agarró y empezó a jugar con él.
— No serás tú quizás el ratón que se come a los gatos.
— Sí, excelencia. Entiéndalo usted. Al estar siempre en una biblioteca.
— Entiendo, entiendo. Te los comes en figura, impresos en los libros ¿No?
— Algunas veces, pero sólo por razón de estudio.
— Claro, también a mí me gusta la literatura. Pero no te parece que deberías haber estudiado también un poquito de la realidad. Habrías aprendido que no todos los gatos están hechos de papel y que no todos los rinocerontes se dejan roer por los ratones.
Afortunadamente para el pobre prisionero, el gato tuvo un momento de distracción porque había visto pasar una araña por el suelo.
El ratón de biblioteca regresó de dos saltos con sus libros.
Y el gato se tuvo que conformar, pues con comerse a la araña.