“El bien que haces, te lo haces a ti mismo”.

por chamlaty

El ciego estaba sentado a la puerta de su choza con su hijo.

— Hijo mío, llévame a la casa del rey. Ya sé que es malo, sé que le molesto, pero sólo él nos puede ayudar en este tiempo de hambre.

El joven, solícito, agarró por la puntera el bastón que llevaba su padre y lo guió por el camino. De pronto se oyó un grupo de gente que se acercaba.

— ¿Qué pasa? – preguntó el hombre ciego a su hijo.

— Es el hijo del rey que se va a cazar con sus amigos — contestó el muchacho.
Padre e hijo llegaron a la presencia del rey.

— ¿Qué quieres? — le preguntó el monarca.
— ¡Oh, rey! Ayúdame. Lo que tú me haces te lo haces a ti.

— ¿Otra vez este ciego? — se quejó el rey a sus hombres —. ¿Quién me librará de él? ¡Dadle algo de comer y que se vaya!

— ¡Gracias, oh rey! El bien que haces, a ti te lo haces.
— Ya lo sé, ya lo sé, pero ahora vete.

Cuando el ciego y su hijo abandonaron la cabaña real, el rey se quejó a sus ayudantes:
— Este ciego me molesta. ¡No lo puedo soportar!

Y dirigiéndose al que tenía más cerca, le dijo:

— Mañana, cuando venga a pedir su limosna, déshazte de él.

Al día siguiente, cuando el pobre ciego volvió a la presencia del rey, éste le dijo:

— Ven, acércate. Toma este pastel y cómetelo. ¡Es todo para ti!
— ¡Oh, rey! Fíjate en esto: Lo que haces, te lo haces a ti mismo.

Al mismo tiempo su hombre de confianza le decía al oído:

— Es la última vez que te molesta con sus tonterías.

A la vuelta, mientras iban de camino el ciego y su hijo, se dio cuenta el hombre de que al muchacho le apetecía probar el pastel.

— Sé que querrás comerte el pastel, pero ten paciencia, hijo. Cuando lleguemos a casa lo compartiremos.

Se acercaba un grupo de hombres a caballo y uno de ellos le dijo al ciego cuando estuvo a su lado:

— Viejo, ¿no tendrás algo de comida? Después de dos días de caza tengo hambre.
— ¿Eres el hijo del rey? — preguntó el ciego.
— Lo soy — contestó el joven.
— Precisamente tu padre me ha dado este pastel. Tómalo, porque el bien que hago, a mi mismo me lo hago — le dijo el anciano, mientras su hijo veía desaparecer el pastel que tanto deseaba.

— Gracias — contestó el hijo del rey.

Cuando se alejaba con sus acompañantes, el ciego, dándose cuenta de la decepción de su hijo, le habló así:

— No lo sientas, muchacho. El bien que he hecho, me lo he hecho a mí.

De repente se oyeron gritos y exclamaciones, La voz del príncipe sobresalía por encima de todos, diciendo:

— ¡Ay! ¡Ay! Estoy envenenado.

Cayó del caballo y los que le acompañaban exclamaron:

— ¡El hijo del rey ha muerto!
— ¡Traed a ese miserable ciego!

Mientras unos se adelantaban para comunicar al rey la triste noticia, otros dos ataron al ciego a sus caballos y, a rastras, lo llevaron a presencia del monarca.

— ¡Oh, rey! Tu hijo ha muerto. Este ciego lo ha envenenado.
— Que se reúna el pueblo y le corten la cabeza.
— ¡Oh, rey! — dijo el ciego —. Le he dado a tu hijo un pastel, ¿y por eso me quieres cortar la cabeza? Ten en cuenta que lo que me haces a mí te lo puedes hacer a ti.

— ¡Esperad! — dijo el rey —. Dejad libre a ese hombre. Acaba de abrirme los ojos. ¡Yo soy el culpable! ¿Yo he envenenado a mi hijo!

Y dirigiéndose al hombre ciego, le dijo:

— Desde ahora tendrás una bonita choza y serás mi consejero. A partir de este momento se te llamará “El bien que haces, te lo haces a ti mismo”.

 

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