En uno de sus viajes, un monje andariego encontró una bonita joya con una piedra preciosa y la guardó en su talega.
Un día se cruzó con un viajero y abrió la talega para compartir con él sus provisiones. Entonces el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se la entregó sin más.
El viajero, agradecido, partió lleno de gozo con aquel regalo inesperado; una piedra preciosa que bastaría para otorgarle riqueza y seguridad durante el resto de su vida.
Sin embargo, poco tiempo después regresó en busca del monje mendicante. Al encontrarlo, le devolvió la joya y le dijo:
“Ahora te ruego que me obsequies algo mucho más valioso que esta joya. Dame, por favor, aquello que te permitió entregármela”.
1 comentario
Wooowww……..los seres humanos nos han enseñado a darle un valor económico a todo…..es difícil cuando de pronto tienes una economía elevada, porque de pronto te das cuenta que no sabes de quienes estás rodeado y que tan confiables son. Te genera inseguridad y desconfianza hacia todos, si el crecimiento económico llega a tu persona, compártelo, beneficia a los demás, sólo busca a quienes realmente lo necesiten y no serán necesariamente esos que te rodean. Saludos.