Un perro muy grande, fortachón y peleador, había conseguido infundir a sus más poderosos contrarios tal temor por sus colmillos, que luego que lo divisaban, se deshacían todos en humildes saludos. Lo aborrecían, pero no se hubieran atrevido a decirlo, ni siquiera a dejarlo ver, y se había vuelto el más orgulloso de los perros.
Una pulga, asimismo, tan poco miedo le tuvo, que se instaló entre su pelo, con su numerosa prole y con una caterva de parientes pobres; convidó a sus amigas y allí mismo dieron fiestas y bailes, sin incomodarse siquiera por los mordiscos del perro. Se reían de sus rabietas, y tanto mayor era su furor mayor alegría les causaba.
Llegó el pobre a tal desesperación que todos, menos ellas, le tenían lástima; y comprendió que más vale tener unos cuantos enemigos fuertes que muchos pequeños, inasibles a menudo, y tenaces siempre.