El tigre y el puma, con el cimarrón y el zorro, habían entre todos muerto a un buey, y como la presa era grande, no peleaban entre sí, demasiado ocupados por acordarse de impedir que cada cual voracease a su gusto.
Pero la muchedumbre de los animales pequeños que también viven de carne, los rodeaba con envidia, admirando las ganas con que comían.
Más de uno había tratado de agarrar un bocado, pero tan severo había sido el castigo, manotón o mordisco, que ya ninguno se animaba, y se contentaban con rezongar; viendo lo cual un perro, trató, ladrando fuerte y sin cesar, de fomentar una sublevación.
En el mismo momento en que estaba gritando con más ahínco, el zorro con una guiñada al tigre que ya sacaba las uñas, le tiró justito en la boca, con destreza y discreción, un buen pedazo de carne que le hizo callar en seguida.
El que come no grita.