Los que trabajamos con jóvenes y adolescentes en el ámbito educativo observamos en nuestros alumnos en muchas ocasiones actitudes que denotan desgana, apatía, desinterés,… en definitiva, falta de implicación en su actividad escolar. Comportamientos todos ellos aparentemente contradictorios con su etapa vital, rebosante de energía, con todo un mundo de posibilidades a su alcance, con un proyecto personal incipiente, y que debe ser ideado y construido. Esta contradicción ha llevado a diferentes autores a profundizar en las causas o las explicaciones de estas conductas, planteándose la cuestión sobre cómo se origina, cómo nacen estas actitudes en nuestros alumnos.
La primera cuestión es por tanto: ¿nacen o se hacen? ¿Podemos encontrar una base genética, una predisposición natural hacía la pereza frente a la actividad? ¿Es el hombre perezoso por naturaleza, como se preguntaba From? Es decir, puestos en una situación de poder conseguir cubrir todas nuestras necesidades sin necesidad de esforzarnos, ¿la aceptaríamos de buen grado o, saldríamos disparados a la búsqueda de nuevos retos, que dieran sentido a nuestra existencia? ¿Preferimos ser nómadas acomodados o sedentarios aventureros?
Imaginemos que nos encontramos en un parque, una mañana de domingo, tranquilamente leyendo el periódico, recostados en un banco, disfrutando de los primeros rayos de sol que empiezan a calentar la mañana. El canto de los pájaros, y el suave trote de algunos madrugadores que han salido a correr, son los únicos sonidos que escuchamos. De repente, mientras estamos ensimismados en nuestros pensamientos, llega una pareja con dos niños de corta edad. Descargan sus bicicletas, balones, cubos y palas para el arenero, muñecas, cuentos y mochilas con bocadillos y bebidas en el banco contiguo al nuestro. Los niños empiezan a gritar y acaparar todo el espacio: juegan con todo y pronto lo abandonan para pasar a otra cosa, hacen agujeros en la tierra, lo ensucian todo, lo tocan todo, lo miran todo, lo gritan todo… ¿Existe una pereza innata? ¿Una tendencia genética a la pasividad? En caso afirmativo, los niños están mal programados.
Si observamos a los niños y su innata curiosidad, su desbordante imaginación y su energía sin límites, parece que la respuesta a nuestra cuestión sea obvia: Evidentemente tenemos una predisposición a la acción, que nos aleja de la pereza y nos acerca más al nómada aventurero. Pero…, imaginemos otra situación.
Si nos dieran un sueldo para toda la vida, si nos asignaran una pensión vitalicia que cubriera nuestros gastos, si nos tocará un premio en un sorteo y pudiésemos vivir de los intereses, si nos abandonaran en un lugar idílico en el que todas nuestras necesidades (alimentación, refugio, cariño, protección) estuvieran garantizadas,… puestos en semejante tesitura, enfrentados a tal tentación, ¿Qué haríamos? ¿Cómo nos comportaríamos? ¿Nómada o Sedentario?
En realidad, a poco que lo pensemos, las situaciones descritas en el párrafo anterior, describen la realidad de un buen número de adolescentes y jóvenes. Bajo el manto protector de sus familias, sienten que todas sus necesidades están cubiertas y, por tanto, la tentación a acampar, a establecer campamento base en estas condiciones es elevada. La llamada del sedentarismo y la acomodación resuena en el alma del niño guerrero.
Parece ser que esa pereza, esa apatía que observamos en nuestros jóvenes, al menos la gran mayoría de autores e investigaciones coinciden en ello, no responde a algo innato, sino que nace como una respuesta adaptativa a las exigencias, o mejor dicho, a la falta de ellas, del entorno. Es por tanto una conducta adquirida, aprendida.
¿Y qué ocurre con nuestros “perezosos” alumnos? ¿En qué medida sienten la “necesidad” de esforzarse? ¿En qué medida se encuentran sobreprotegidos y acomodados? ¿Cómo perciben la rentabilidad de su esfuerzo?
Educamos en valores, pero lo hacemos desde el concepto, no desde la experimentación y el ejemplo. Predicamos la necesidad de una cultura basada en el sacrificio, el esfuerzo y la constancia, pero al mismo tiempo sobreprotegemos a nuestros adolescentes evitándoles la asunción de riesgos y responsabilidades. Queremos que sepan valorar lo que tienen, pero los atiborramos de regalos en navidad. Nos anticipamos a sus deseos, cubriéndolos antes incluso de que los planteen, y por lo tanto les empujamos a elevar sus expectativas (y exigencias). Buscamos jóvenes esforzados y aventureros, al menos eso consta en nuestra declaración de intenciones, pero en la práctica, nos esforzamos en mantenerlos cobijados bajo nuestra ala.
“Las escuelas matan la creatividad” afirma Ken Robinson, y la educación (familia-sociedad-escuela) fusila la iniciativa, la responsabilidad, el esfuerzo, la autonomía, la singularidad,…
Mientras no encontremos el camino de la coherencia, mientras no exista una correspondencia entre conductas y recompensas recibidas (percibidas), muchos de nuestros jóvenes continuaran aprendiendo que la pereza es un territorio confortable en el que acampar.
2 Comentarios
Saludos contador y gracias por compartir.
Al contrario gracias por estar atento.