Cuenta una preciosa leyenda turca que hace mucho, pero que mucho tiempo, una familia formada por un padre y sus tres hijas vivían en una humilde casa en los valles de Licia.
El hombre se había quedado viudo y trabajaba todo el día, pero no tenía dinero para regalar a sus hijas como dote para cuando alguna de ellas quisiera casarse.
La familia era tan pobre, que las chicas solo tenían unas botas de invierno cada una, y estaban tan gastadas, que cada vez que salían de la casa, regresaban con los calcetines empapados por culpa de la nieve.
Un día de Nochebuena, las chicas llegaron a mediodía llorando. Se quitaron las botas y colgaron sus calcetines junto a la chimenea, para que se secaran. Su padre, entristecido, les preguntó qué sucedía…
– Padre- dijo la mayor de las hermanas- Estoy muy enamorada de un joven soldado, pero no podré casarme con él porque no tengo dote que entregarle.
– Y yo… -continuó la hermana mediana- yo estoy tremendamente enamorada del maestro de la escuela, pero me sucede lo mismo que a mi hermana.
– A mi me pasa lo mismo- añadió la hermana pequeña- Me encantaría casarme con mi novio, el músico, pero no podré casarme nunca con él…
Al padre de las chicas estaba tan triste que también comenzó a llorar con ellas:
– Perdonadme, hijas mías, porque no tengo dinero que entregaros. ¡Lo siento tantísimo!
Pero ese día, pasaba por allí el obispo de aquella región, el obispo Nicolás (al que después todos comenzarían a llamar Santa Claus).
El obispo lo escuchó todo, porque la familia había dejado la ventana abierta. Y como el hombre era muy bondadoso, decidió entrar en la casa esa misma noche para dejar a las chicas un regalo.
Santa Claus no quería llamar la atención, así que aprovechó que la chimenea estaba apagada, para colarse por allí. Vio los calcetines de las muchachas y las llenó de monedas de oro.
Las muchachas, al despertarse, el día de Navidad, no podían creer lo que veían: ¡tenían dinero suficiente para casarse!
Santa Claus, al comprobar la felicidad que había originado en aquellas muchachas, decidió que a partir de entonces, dejaría regalos en la noche de Navidad a las familias más necesitadas.
Y así fue cómo surgió la tradición de dejar unos calcetines para que Santa Claus dejara sus regalos de Navidad.
¡Qué historia de Navidad ta hermosa! Sin duda, una de las que más se aproximan a la verdadera identidad de Santa Claus.
En realidad, su nombre era Nicolás, y sí, era un obispo cristiano muy bondadoso que vivía en la zona que actualmente ocupa la región de Turquía.
A San Nicolás (también conocido como Santa Claus o Papá Noel) se le atribuyen muchísimos milagros, y uno de ellos es el de esta leyenda, ‘Los calcetines de Santa Claus’, adaptada para los niños.
La Navidad es solidaridad: La figura del obispo Nicolás dio paso a Santa Claus, quien nos recuerda que durante la Navidad, debemos atender a las personas más necesitadas y por supuesto, a todos nuestros seres queridos.
El valor de la generosidad: Santa Claus en, en esta leyenda de ‘Los calcetines de Santa Claus’, busca la felicidad de las muchachas y además lo hace sin llamar la atención, porque la generosidad se entrega de esta forma, sin publicidad, sin necesidad de hacerse notar.
Y eso es precisamente el amor: entregar sin esperar nada a cambio, con el único interés de hacer feliz a alguien.