Cuentan los muy ancianos que en tiempos remotos el águila y el león se repartían el gobierno de los animales. Reinaba el león sobre osos, lobos y demás cuadrúpedos que poblaban el planeta. El águila, por su parte, dictaba prudentes reglamentos que regían la vida y costumbres de las aves. Un día se reunieron ambos soberanos.
– ¡ Has de saber que el murciélago me ocasiona problemas ! – dijo el águila -. ¡Cuando le beneficia dice que es un pájaro y se mezcla con ellos, alegando que como ellos, vuela ! ¡ Pero cuando su interés reside en librarse de mis leyes, dice que es un mamífero y, por lo tanto, una bestia de tu jurisdicción y vasallo de tu imperio !
– ¡ Vaya con el avechucho ! – respondió el león enfadado -. ¡ Cuando intento someterle a las reglas con que gobierno a los cuadrúpedos, se niega a obedecerlas, alegando que, como vuela es un ave de las tuyas !
-¡ Pues yo no le quiero en mi reino ! – exclamó el águila.
– ¡ Ni yo en el mío decidió el león ! , convencidos ambos de que el murciélago era un pícaro, sólo dispuesto a desobedecer.
Moraleja
Quien tome dos partidos saldrá perjudicado: será, con desconfianza, por ambos despreciado.
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