Los adultos siempre se están quejando por todo. Mi papá anoche se quejaba porque nos habían subido la renta y ya no le alcanzaba para pagar las cuentas. Mi mamá lloraba. Mis hermanos y yo, los observábamos desde las escaleras. Siempre se quejaban de nuestra pobreza y nuestras carencias.
– No veo que nos falte nada, tenemos una casa, una cama, agua y comida…- dijo mi hermano Juan.
– Es verdad- respondió mi hermana Blanca. Así, convencidos de tener la razón, nos fuimos a la habitación. Nos subimos los tres a nuestra única cama y nos acostamos.
El frío se colaba por las rendijas de las paredes de madera, pero gracias a Dios, juntos nos calentábamos unos a otros. Eso era bueno. Después empezó a llover y tuvimos que poner recipientes donde caían las goteras, pero gracias a Dios, no caían goteras sobre nuestra cama y eso era bueno también.
A la mañana siguiente, bajamos a desayunar. Mamá dijo que solo había pan con mantequilla. Ella me miraba con tristeza y le pregunté:
– Mamá, ¿por qué estás triste?
– Porque quisiera tener algo más para darles de desayunar.
– ¡Pero si a mí me encanta el pan con mantequilla, mamá!- ella sonrió dulcemente- y me lo comí hasta la última migaja.
Nos fuimos a la escuela y pasamos por un charco que había quedado de la lluvia y se nos metió el agua en nuestros zapatos rotos. Nos reímos despreocupadamente y seguimos nuestro camino. En el recreo, todos los demás niños llevaban sus frutas y sandwiches para comer, nosotros no llevábamos nada, pero qué bueno, porque así tendríamos más hambre al llegar a casa y nos comeríamos todo lo que mamá nos diera.
Salimos de la escuela y nos fuimos corriendo a casa. Teníamos mucha hambre. Llegamos directito a la mesa (después de lavarnos las manos). Mamá nos dijo muy triste, que lo único que había para comer, era pan con mantequilla.
– ¡Qué rico mamá!- y mis hermanos y yo, lo comimos felices y contentos.
Después de que hicimos la tarea, salimos a jugar. Nos divertimos mucho imaginando que los charcos eran grandes océanos y el lodo, montañas que subíamos y bajábamos con facilidad.
Llegó la hora de la cena y pude notar que mamá lloraba, al servirnos pan con mantequilla nuevamente. Entonces le dije:- Mamá, no estés triste, si a nosotros nos gusta el pan con mantequilla- mis hermanos asintieron y esa noche comimos nuestros panes con mantequilla con más ganas que nunca, para que ella viera lo felices que estábamos. Después nos fuimos a acostar y agradecimos a Dios por aquel día tan estupendo y por el delicioso pan con mantequilla.
¡Ay quien viera la vida como un niño!. Habría menos personas infelices en el planeta. Estamos inmersos en un mundo tan materialista, que no somos felices si no tenemos lo que se anuncia en la televisión, queremos tener la ropa de última moda, queremos auto último modelo, queremos tener lo último en tecnología…Codiciamos, anhelamos, envidiamos, y no nos damos tiempo para vivir y disfrutar lo que realmente vale la pena.
Los niños saben disfrutar el momento, saben usar su imaginación y encontrarle gusto a la vida. Saben disfrutar un pan con mantequilla como el mejor de los manjares, porque no están pensando en que otros tienen otras cosas mejores para comer. Saben disfrutar de un juego con solo lodo, porque no están pensado en que otros tienen juguetes de verdad. Saben encontrar lo positivo a todo.Saben encontrar lo divertido aun teniendo los zapatos rotos…
Reencontremos esa alegría de vivir de la niñez, reaprendamos a tomar solo lo bueno de la vida y a saborearla, aunque solo tengamos pan con mantequilla para comer. De nosotros depende convertirlo en un manjar.