Apenas es la una de la tarde, pero a las afueras de Rovaniemi, entre bosques de abetos y lagos helados, ya está anocheciendo. Papá Noel aguarda en su cabaña de madera a que se ponga definitivamente el sol. Afuera el frío arrecia. Un manto de nieve cubre el jardín y los copos flotan en aire, como pompas de jabón. Es 24 de diciembre y le espera una noche llena de magia. Se ha puesto su traje de gala, el rojo, ese que le sienta tan bien y que a todo el mundo le encanta. Aunque este año ha vuelto a engordar y cada vez le está más ajustado. Antes de que los últimos rayos de sol desaparezcan, sale de la cabaña y se acerca hasta los renos para darles de comer. Tienen que estar fuertes. Sabe que la noche será larga y quiere que todo salga perfecto. De repente, cuando se dispone a subir al trineo, siente un retorcijón en las tripas. “No debería haber comido tanto”, piensa, mientras se lleva las manos al estómago y echa a correr hacia la letrina que se ha construido al lado de la cabaña. Pero antes de llegar, obligado por una serie de pinchazos que recorren todo su cuerpo, se detiene. Un hormigueo le paraliza los brazos y las piernas.
En cuanto pase esta noche se pondrá a régimen, lo tiene decidido, pero ¿quién se imagina a un Papá Noel delgado? Quizás ya sea demasiado tarde. Lo siguiente que nota es un dolor agudo en el pecho, como si le estuviesen clavando un cuchillo en el corazón una y otra vez. De repente, se desploma sobre la nieve. Antes de desvanecerse un pensamiento atraviesa su mente: ¿Quién va a hacer mi trabajo ahora? Cómo se arrepiente de no haber vigilado más el colesterol. Los renos se acercan y lamen su cara, intentando despertarle, aunque ya no hay nada que puedan hacer. La temperatura desciende tres, cinco, diez grados. La noche se echa encima y la nieve comienza a cubrir su cuerpo, mientras, en la otra punta del mundo, a miles de kilómetros de distancia, el sol se mantiene en lo más alto del cielo y el tiempo es mucho más agradable. Allí, bajo las palmeras, los tres Reyes Magos ensillan sus camellos y abandonan el oasis. Deben darse prisa. Saben que tras unos años flojos, esta vez volverán a tener mucho trabajo. Entre un alborozo de risas levantan el campamento. En la arena, sobre las dunas, solo queda un muñeco de trapo vestido de rojo con tres agujas clavadas.
Ernesto Ortega.
La magia depende de quien cree… y de quien actúa
El relato cuestiona la idea de la magia como algo automático o garantizado. Papá Noel, símbolo universal de la ilusión, cae no por falta de magia, sino por exceso de descuido humano. La pregunta implícita es clara:
¿la magia existe por sí misma o porque alguien se hace responsable de sostenerla?
Incluso los mitos son vulnerables
Papá Noel, figura casi inmortal en el imaginario colectivo, aparece aquí humanizado, con debilidades físicas, excesos y límites. El texto nos recuerda que ningún símbolo está exento del desgaste, y que incluso las tradiciones más sólidas dependen del cuidado constante.
La tradición no muere: se transforma
La caída de Papá Noel no supone el fin de la magia navideña. Los Reyes Magos avanzan, listos para asumir el trabajo. Esto sugiere que las tradiciones no desaparecen, se reinventan según los contextos culturales y temporales. La magia cambia de manos, pero no se extingue.
La ironía como crítica al exceso
El detalle del colesterol, la gula y el traje ajustado funciona como una crítica sutil al consumismo asociado a la Navidad. El relato invita a preguntarnos si la sobreabundancia, incluso en lo simbólico, termina asfixiando aquello que pretende celebrar.
El contraste de hemisferios: relatividad de la realidad
Mientras la tragedia ocurre en el frío extremo del norte, al otro lado del mundo hay luz, calor y movimiento. El texto nos recuerda que la realidad no es única ni simultánea para todos, y que lo que termina en un lugar puede comenzar en otro.
La magia no está en los personajes, sino en el relato colectivo
Papá Noel cae, pero la Navidad continúa. Esto sugiere que la magia no reside en una figura concreta, sino en la narrativa compartida que las sociedades deciden mantener viva. Mientras alguien crea, alguien actúe, la magia persiste.

