Cuentan los más ancianos nicaragüenses que hace mucho, mucho tiempo, habitaba en una de sus cientos y cientos de lagunas un extraño lagarto, tan brillante, que atraía a todos hasta allí. Al descubrir que en realidad su piel estaba formada por escamas de oro, la codicia se encendió en el corazón de muchos que intentaron atraparlo sin éxito.
Un día, un astuto cazador, pensó en la forma de atrapar al animal.
– Si le prometo a la Virgen de la Asunción alguna ofrenda de oro, tal vez me ayude… pensó.
Y así fue cómo el joven se acercó hasta la laguna del cerro de Hato Grande, y en cuanto localizó al brillante lagarto de oro, dijo en alto:
– Virgencita de la Asunción, si me ayudas a atrapar a este lagarto, prometo llevarte una corona y un altar de oro.
Y de pronto, el lagarto se acercó hasta donde él estaba y sin más, dejó que le atrapara por la cola. Una vez que le tuvo bien agarrado, dijo:
– ¡Ahora que se olvide del trato la Virgencita!
Pero entonces, tras decir esto, su suerte cambió… Nada más terminar de decir esas palabras, el lagarto desapareció de sus manos. Lo último que vio el cazador fue un remolino de agua en el centro del lago. Y nunca, nadie más, volvió a ver al inquietante animal.
Cuidado con la avaricia. Ya lo dice el refranero español: ‘la avaricia rompe el saco’. El verdadero objetivo de las personas que querían atrapar al lagarto de oro no era altruista. No lo hacían para ayudar a nadie, por necesidad o por una buena causa. Lo hacían por su propio beneficio. Es decir, por avaricia.
Las mentiras al final no salen bien. El joven y astuto cazador creyó que podía engañar a la Virgen de la Asunción, haciendo una promesa que sabía que después no pensaba cumplir. Pero las mentiras no suelen salir bien. Y al final el cazador no consiguió lo que quería.
Las promesas se cumplen. El cazador hizo una promesa, pero era falsa. Sabía de antemano que no la iba a cumplir. Al final, toda ayuda fue retirada, en parte, por su falta de honestidad.
«Las mentiras suelen pasar factura»

