El zorro y el yak.

por chamlaty

En las llanuras más altas del Himalaya, donde los vientos silban antiguos mantras y las nubes parecen tocar la tierra, vivía un zorro de pelaje rojizo y mirada astuta. El pequeño zorro era conocido entre el resto de animales por su inteligencia, pero también por su habilidad para conseguir todo lo que quería. Para ello, siempre usaba las palabras|||

Un día, el zorro vio a un joven yak empujando un gran molino de piedra junto al monasterio, bajo la vigilancia de los monjes. El zorro se acercó y le dijo:

– ¡Amigo yak! ¿Por qué cargas con esa rueda como si fueras un sirviente? Deberían hacerlo los monjes, porque tú eres una criatura sagrada de estas tierras.

El yak le miró asombrado, y algo confundido, respondió:

– Es que los monjes me han dicho que empujar esta rueda ayuda a purificar el karma del mundo.

El astuto zorro sonrió y dijo:

– ¡Ah! Ya veo… Te han hecho creer que eres un héroe para que trabajes gratis. Anda, ven conmigo, que hay una cueva más abajo con pastos verdes y sombra. Allí descansan los que despiertan del engaño.

El yak dudó, pero algo en las palabras del zorro le hizo sentir que tal vez tenía parte de razón. Así que finalmente, lo siguió.

Durante varias semanas, el zorro alimentó al yak con halagos: lo llamaba sabio, noble, valiente. Pero cada día le pedía pequeños favores: primero cargar unas ramas, luego empujar piedras, y más tarde, proteger la cueva mientras él dormía.

El yak, queriendo ser útil y especial, aceptaba.

Pero un día, el yak despertó antes del amanecer y escuchó al zorro hablar con una comadreja:

– El yak es perfecto, amiga comadreja. Sólo tienes que hacerlo sentir diferente, y te regalará su fuerza. Y si cree que el mundo está en su contra, lo tendrás en tus patas.

Las palabras cayeron como auténticas piedras en el corazón del yak. Esa tarde, sin decir palabra, el yak regresó al monasterio. Retomó su trabajo en silencio. Un monje anciano, al verlo de nuevo, simplemente sonrió.

– ¿Te has cansado de la sombra? – le preguntó.

– No, qué va – respondió el yak-. Me he cansado de ser guiado por palabras vacías. Aquí hay esfuerzo, pero también verdad. El viento es duro, pero no miente.

El monje asintió.

– Quien manipula, usa espejos. Quien sirve, usa el corazón.

Desde entonces, el yak siguió empujando la rueda del dharma. Ya no lo hacía por halagos ni por sentir que era especial. Lo hacía sabiendo que el trabajo verdadero no busca recompensa, y que la sabiduría no siempre habla… a veces simplemente camina.

 

La manipulación se disfraza de halago, pero esconde intención: En la fábula del zorro y el yak, vemos claramente cómo el zorro utiliza las palabras para utilizar al yak a su beneficio. Y es que la manipulación muchas veces se disfraza de halagos, pero en realidad busca una intención. El manipulador traza una rápida estrategia con un fin muy claro, siempre beneficioso para él. En realidad, el manipulador también es ambicioso y en lo general, suele ser un narcisista que sólo mira por él.

La manipulación no llega a través de la fuerza: Es más efectiva la persuasión que la fuerza. De eso sabe mucho el manipulador. En esta fábula del zorro y el yak, el zorro representa a quienes usan palabras agradables para dominar sin mostrar fuerza. En muchas culturas, la manipulación se presenta como persuasión benigna, cuando en realidad es control camuflado. El manipulador siempre busca controlar al otro.

Cuidado con el deseo de sentirse especial: Todos en el fondo buscamos agradar al resto y sobre todo, sentirnos especiales. Justo este deseo de sentirse especial es una puerta por donde entra el manipulador. Para el manipulador, no es más que un ‘punto débil’ del otro, una puerta para poder utilizarlo a su antojo, tal y como pasó en la fábula del zorro y el yak. El yak finalmente es atrapado no por su debilidad, sino por su ego, por la necesidad de diferenciarse o de sentirse superior al resto.

 

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