Cuentan que hace muchos, pero que muchos años, los monos africanos se pasaban las noches admirando la luna. Les parecía tan hermosa, que no podían dejar de observarla. Una de estas noches, los monos pensaron lo siguiente: si la luna parecía tan bonita desde allí, ¿cómo sería de cerca?
– ¡Deberíamos visitarla!- dijo uno de los simios.
– Pero, ¿cómo? ¡Está muy alta!- respondió perplejo otro de ellos.
– Yo tengo una idea- dijo entonces uno de los monos del grupo- Con todos los que somos, ¿por qué no hacemos una torre que llegue hasta la luna? Los más fuertes nos pondremos abajo y los más pequeños y delgados podrán subir encima. Los más ágiles, treparán a lo más alto.
A todos les pareció bien, así que a la noche siguiente, con luna creciente, comenzaron a construir su torre de monos. Cientos y cientos de monos se encaramaron unos sobre los otros, creando la torre de monos más alta que jamás se haya visto nunca.
Pero justo cuando subía rápido y ágil el último de los monos, a los que estaban abajo del todo, les fallaron las fuerzas. ¡Menudo desastre! La torre se derrumbó con estrépito. Cientos de monos cayendo unos sobre los otros. Menos el último, que de un salto consiguió agarrarse con la cola del cuerno de la luna. Y así, balanceándose de un lado a otro, consiguió hacer reír a la resplandeciente luna.
– ¡Qué simpático eres! ¡Y qué valiente al trepar para conocerme!- le dijo la luna.
Le ayudó a incorporarse, y la luna quiso hacerle un regalo. Entonces, le enseñó un tambor.
– Mira, es algo que inventé yo. Si lo golpeas, harás un sonido muy curioso…
El mono empezó a golpear la piel del tambor y se quedó prendado del sonido. Muy agradecido, se despidió de la luna, quien para ayudarle a bajar, descolgó una cuerda larguísima.
– Pero no toques el tambor mientras bajas o cortaré la cuerda. No quiero que suene antes de que llegues a la Tierra- le advirtió.
El mono prometió que obedecería, pero justo un poco antes de llegar vio a sus compañeros y no pudo aguantar las ganas de tocar el tambor para que todos le admiraran.
La luna, al oírlo, cortó la cuerda y el mono comenzó a caer con tanta rapidez, que el resto de monos se fueron corriendo.
¡Menudo golpe se pegó! Del ruido, una niña que paseaba por esa zona se acercó corriendo para ver qué había sucedido. Se encontró al pobre mono malherido junto al tambor y se llevó al animal (junto con el instrumento musical) a su aldea.
Curaron al mono y admiraron aquel tambor que emitía esos hermosos sonidos… Les gustó tanto a los hombres, que aprendieron a construirlos y en poco tiempo, todo el continente africano se llenó de tambores. Y así fue cómo apareció este instrumento sobre la Tierra.
La ambición es buena, pero siempre debemos medir muy bien las consecuencias de los posibles fallos y tener muy bien trazado un plan verosímil. Aún así, a nuestros protagonistas no les fue tan mal. Consiguieron lo que deseaban y además, con un ‘premio’ extra para los hombres:
La ilusión que mueve al mundo: Los monos tenían un gran deseo en esta historia de la leyenda del tambor de la luna, ¿verdad? La curiosidad por saber cómo era la luna de cerca, les movió a plantearse un gran reto: llegar hasta ella. Y es que es la ilusión generada por la curiosidad el motor del aprendizaje y de los grandes logros.
¿Qué sería de los grandes hallazgos de la Humanidad sin la curiosidad que nos mueve a investigar? Es lo que sintieron estos monos, que representar al hombre, a sus ilusiones, proyectos y deseos. Un sueño, un plan, un logro.
Todo se puede lograr con ilusión… y cooperación: Un solo mono no podría haber llegado hasta la luna. Pero cientos y cientos de monos juntos, sí. Los simios pensaron que entre todos, podrían alcanzar una meta que parecía imposible. En esta leyenda del tambor de la luna, es importante entender la importantísima misión de cada uno de los integrantes de un equipo.
Todo estaba planeado para triunfar: los más fuertes estarían abajo, los más ágiles y ligeros, arriba. Un buen plan, una buena distribución de las fuerzas, hacen que un equipo sea mucho más fuerte y eficaz y les ayuda a conseguir la meta.
El triunfo obtiene recompensa: Los monos consiguieron su objetivo. Uno de ellos logró encaramarse a la luna. Y esto tuvo su premio. La luna le regaló un tambor, el único que existía. Un regalo único hace que sea mucho más valioso. Y es que la hazaña y el valor de los monos bien se merecía un regalo así.
Cuidado con las tentaciones y la desobediencia: Sólo hubo un ‘pero’ en esta leyenda del tambor de la luna. El pequeño mono se dejó llevar por la vanidad y sucumbió a la tentación de hacer sonar el tambor para hacerse notar entre sus compañeros antes de llegar al suelo. Desobedeció así a la luna, que quiso probar su humildad e integridad. Su desobediencia por poco le cuesta la vida, y además hizo que perdiera el regalo que la luna le había dado. El tambor ya no sería para los monos, sino para los humanos, que ayudando al mono herido, se hicieron de paso con el deslumbrante instrumento musical.
«La vanidad nos lleva muchas veces a la desobediencia y el fracaso.»