Chilavete era un indígena muy apreciado por todos. También era muy apuesto, y cuando los españoles llegaron a su poblado, no dudaron en invitarlo a sus lujosas fiestas.
Pero para entrar en las fiestas, Chilavete tenía que vestirse con la típica ropa europea y enseguida se cansó, porque le resultaba muy incómoda.
Así que un día decidió acudir a una de las fiestas con su traje de selva habitual, que consistía en una simple piel a modo de calzón.
Cuando Chilavete llamó a la puerta, el criado de los anfitriones de la casa le miró de arriba a abajo y decidió echarle de allí, así que no lo dejó entrar. Chilavete se alejó muy triste.
Al día siguiente volvieron a invitarle a la misma casa y esta vez acudió con un lujoso traje de lino. Evidentemente, le dejaron entrar y se sentó de hecho junto al más poderoso de los allí presentes.
Pero en cuanto trajeron la comida, Chilavete comenzó a restregarse los alimentos por el traje. Todos se extrañaron de aquel comportamiento:
– Pero Chilavete- dijeron asustados- ¿por qué haces esto?
Y él, muy sereno, respondió:
– Cuando vine como soy yo de verdad, no me dejasteis entrar. Y hoy, que voy vestido de algo que no soy, me sentáis en el mejor lugar. Entiendo por lo tanto que estos alimentos no son para mí, sino para mi ropa.
Y así, Chilavete se levantó y se fue, dejando a todos con la boca bien abierta.
El que llega de fuera, es el invitado: Es curioso cómo la leyenda del invitado presenta al indígena protagonista como un invitado y a los españoles que acaban de llegar al nuevo continente, como los anfitriones. En realidad, aunque la fiesta esté organizada por los segundos, ellos deberían ser los invitados. Y un invitado, debe amoldarse a las costumbres del lugar donde ya existe unas normas y una cultura. El respeto hacia las otras culturas es esencial. Como también debería serlo el juzgar a una persona por su interior, y no por sus apariencias.
No juzguemos las apariencias: La ropa es puro ornamento. En realidad Chilavete dio a todos una gran lección, y es que una cosa son las apariencias y otras muy diferente el interior. Y el indígena no se encontraba a gusto con esas ropas porque no eran las suyas, porque se sentía disfrazado y sobre todo, porque sentía que las personas que le invitaban no le invitaban a él de verdad, sino a ese otro que aparentaba ser como ellos. Para Chilavete este era un gesto muy hipócrita por su parte porque no era fiel a sí mismo y a sus raíces y por eso decidió liberarse de ello.
«Nunca juzgues a alguien por sus apariencias.»