La leyenda de Ícaro.

por chamlaty

 


Dédalo era un gran inventor en la época gloriosa del imperio Griego. Había construido para el rey Minos un retorcido laberinto para encerrar en él al Minotauro. Pero tanto él como su hijo estaban retenidos por el rey en Creta. Ellos querían salir de allí y regresar a su patria, pero el rey Minos controlaba tierra y mar y no podían escapar.

Entonces, Dédalo observó el elegante vuelo de un águila y se le ocurrió una idea:

– ¡Ya lo tengo!- dijo entusiasmado a su hijo- ¡Construiré unas alas y saldremos volando de esta isla!

Y así es cómo Dédalo comenzó a crear unas enormes alas, con plumas unidas con cera. Les dio una curvatura perfecta y al probárselas, comprobó eufórico que podía volar como los pájaros.

Antes de ponerle las alas a su hijo, Dédalo le advirtió muy serio:

– Ícaro, podrás volar como las aves. Solo tienes que mover los brazos de arriba a abajo, pero no olvides esto, porque es muy importante: no subas demasiado alto, porque el calor del sol derretirá la cera y caerás al mar; y tampoco vueles demasiado bajo, porque la espuma del mar mojará las plumas y ya no podrás volar.

– Sí, padre- dijo entonces Ícaro- lo tendré en cuenta.

Dédalo colocó con cuidado las alas a su hijo y luego él hizo lo mismo con las de su padre. Ambos alzaron entonces el vuelo. Pero Ícaro se entusiasmó al comprobar que podía ascender como los pájaros. Y de pronto comenzó a subir, a subir y a subir más y más, olvidando por completo la advertencia de su padre. El sol empezó entonces a derretir la cera que unía las plumas de las alas e Ícaro cayó, sin remedio, al mar.

Cuando Dédalo notó su ausencia, miró al mar y solo pudo ver las alas de su hijo flotando entre las olas. Terriblemente entristecido, maldijo el momento en el que desafió a las leyes de la Naturaleza. Cuando llegó a la isla de Sicilia, mandó construir un templo al Dios Apolo y depositó en él sus alas como tributo. Al pedazo de tierra más cercano al lugar donde cayó su hijo, lo llamó en su honor Icaria.



No olvides nunca las advertencias de aquellos que te quieren y tienen más experiencia: El padre de Ícaro le había advertido sobre los peligros de no respetar ciertos límites y normas. Parecía que su hijo lo había entendido, pero aún así, desobedeció a su padre y olvidó la advertencia de éste. Algo que le costó muy caro.

No te dejes llevar por las emociones en situaciones que exigen de la razón: La juventud a menudo nos hace perder la razón. Es una etapa en donde las emociones cobran protagonismo, al igual que el constante desafío de los límites. En plenitud de salud física, nos llegamos a creer dioses. Sin embargo, lo más importante es controlar el momento en el que podemos hacer caso a las emociones y aquellos momentos en los que se exige concentración por parte de la razón. En esta ocasión, Ícaro debía de haber sido más prudente y responsable en lugar de dejarse llevar por la ambición, la vanidad y el sentimiento infantil del juego. ¡Cuidado con querer volar demasiado alto!

«Las emociones sin control, nos pueden llevar a caer en situaciones de riesgo»

La falta de responsabilidad puede pagarse muy cara: La responsabilidad implica prudencia y razonamiento. Pero Ícaro perdió la concentración al sentirse libre como los pájaros. Y, mientras que su padre mantuvo el vuelo raso constante, a pesar de sus enormes ganas de probar a volar más alto, Ícaro no pudo deshacerse de la tentación, desobedeció a su padre y al final cayó en una trampa mortal.

Nunca te dejes llevar por la ambición porque es cegadora: La ambición de querer ser más, de querer tener más, hace que la razón se nuble y gobierne el instinto y las emociones. La vanidad y la ambición son cegadoras porque amordazan al sentido común que siempre va de la mano de la razón y nos dejan a merced del instinto, tan traicionero.

 

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