Wolff era un niño francés muy pobre. No tenía padres, así que vivía con una tía, una mujer muy avariciosa y egoísta.
Sin embargo, el pequeño, a pesar de no tener nada y de no recibir cariño de parte de su tía, era bondadoso y muy generoso con los demás.
La tía de Wolff nunca le felicitaba por nada. Ni le daba besos, ni abrazos… ni siquiera le compraba zapatos. Así que el pequeño aprendió a trabajar el arte de la madera para tallar unos zuecos con los que podía caminar sobre la fría nieve en invierno.
El día de Nochebuena, Wolff estaba muy contento y nervioso. Sabía que esa noche llegaría el niño Jesús, y pensaba poner sus zuecos junto a la chimenea para que dejara allí los regalos. Había sido muy bueno y trabajador, así que estaba seguro de que recibiría algún presente.
Pero esa noche, al volver a casa después de acudir a la iglesia, a la misa de Nochebuena, vio junto al arco de entrada, tiritando de frío, a un niño muy pobre. Lo cierto es que no le conocía, así que pensó que debía ser extranjero.
El niño estaba acurrucado al lado de una pared, junto a una caja de madera con herramientas. Vestía una túnica blanca, no tenía abrigo… ¡ni zapatos! El pequeño estaba descalzo, y tenía los pies morados por el frío.
A Wolff le dio mucha pena ese niño, y le regaló uno de sus zuecos, a pesar de que quería poner los dos para el niño Jesús junto a la chimenea.
La tía de Wolff se dio cuenta de que le faltaba uno de los zuecos y le regañó:
– ¡Ya has perdido uno de tus zuecos! ¿Cómo eres tan desastroso? Ahora querrás quitarme un tronco de madera para tallarte otro. ¡Ni lo sueñes! ¡La madera cuesta mucho dinero! ¡Esta noche vendrá el Tío Latiguillo en lugar del niño Jesús! ¡Te dejará un montón de varas!
Pierre se asustó mucho: el Tío Latiguillo llevaba varas a los niños que no se portaban bien en Francia. ¿Y si le castigaban por haber dado aquel zueco al niño?
Pero a la mañana siguiente, el pequeño Wolff se llevó una gran alegría: junto al zueco que había dejado al lado de la chimenea, había un montón de regalos: un abrigo, bufandas, ropa de lana, botas, juguetes y para su sorpresa, también estaba allí el zueco que había regalado a aquel niño en la iglesia.
Wolff fue a la ventana para ver si aún podía ver al niño Jesús, pero vio a un buen número de vecinos adinerados llevándose las manos ala cabeza. Sus hijos, en lugar de juguetes, habían recibido varas…
Wolff salió junto a su tía, igual de sorprendida y algo espantada por lo ocurrido, y vieron pasar al sacerdote.
– ¡Es un milagro!- decía.
Todos le siguieron hasta la iglesia. En el lugar en donde el pequeño Wolff vio al niño al que regaló su zueco, había incrustado en la pared de piedra un círculo de oro. Fue entonces cuando se dio cuenta de que aquel pequeño no era otro que el mismísimo niño Jesús.
Con este cuento popular de Francia, ‘El niño descalzo’, podemos ayudar a nuestro hijo a reflexionar sobre los valores esenciales que transmite la Navidad, que son, sobre todo, la caridad y la generosidad.
Los valores de la Navidad: Con esta historia, ‘El niño descalzo’, nos explican que la generosidad y la caridad, que nacen del corazón bondadoso, al final reciben recompensa, mientras que el egoísmo y la avaricia solo sirven para amargar y endurecer el corazón.
En esta ocasión, el persona principal es un niño bondadoso, amable, generoso y que además se esfuerza por salir adelante a pesar de no recibir el cariño que necesita.
Qué representa la tía del pequeño Wolff: En ‘El niño descalzo’, la tía del pequeño, representa a la avaricia y el egoísmo. Ella no recibe ninguna recompensa, mientras que el pequeño, sí la recibe, gracias a su comportamiento bondadoso y generoso. Wolff decidió sacrificarse por un desconocido, porque pensaba que él necesitaba el zueco mucho más.
«La caridad nace de la empatía y la bondad y es uno de los valores esenciales más nobles»
— (Reflexiones sobre ‘El niño descalzo’)