Vivía un hombre enamorado de sí mismo. Tal es así, que a pesar de ser muy feo, acusaba a los espejos de ser unos envidiosos y querer engañarle con una imagen que no se correspondía con la suya.
Así que este hombre, totalmente convencido de el engaño de los espejos, vivía evitándolos, tanto a ellos como a cualquier objeto que pudiera mostrar su reflejo, y riendo de los reflejos de otros que sí veía.
Pero un día, paseando por un bosque, escuchó el sonido de las aguas de un arroyo. Al acercarse, se sintió atraído por sus cristalinas aguas. Al principio pensó en evitarlo, pero luego se asomó para mirar el reflejo, tal vez con la esperanza de que la Naturaleza, libre de artificios, no le engañara.
¡Y cuál fue su decepción al comprobar el horrendo rostro que reflejaba! Al fin se dio cuenta de su grave error: las imágenes que veía de otros no eran más que el reflejo de la suya propia.
Moraleja: ‘Cada vez que observes un defecto de otro, estarás contemplando el tuyo propio’.
(El hombre y su imagen – Jean de La Fontaine)
A veces preferimos ponernos una venda para no ver nuestros defectos: Muchas veces somos conscientes de algún defecto pero, antes de enfrentarnos a ello, preferimos taparnos los ojos y hacer como si no existiera. Tal vez por falta de coraje o falta de autoestima, intentamos evitar por todos los medios convivir con él. Sin embargo, antes o después terminará cayendo la venda y tendremos que vernos cara a cara con nuestro defecto.
No existe la perfección. Pero puedes quererte con tus defectos: En realidad, el protagonista de esta historia vivía enamorado de alguien que no era él, sino de una imagen que se había creado. Era una falsedad, y la verdad al final, siempre termina apareciendo, aunque no nos guste. Lo que importa es quererse como uno es, con sus virtudes y sus defectos, sin creerse menos ni más que nadie.
«Muchas veces preferimos ponernos una venda en los ojos para no ver nuestros propios defectos»
— (Reflexiones sobre la fábula ‘El hombre y su imagen’)