Tenía un hombre dos hijas maravillosas, a las que quería con locura. Ambas crecieron y ya de mayores, se fueron de casa. La mayor se casó con un campesino, un hortelano. Junto a él trabajaba cada día el campo y cultivaban verduras y hortalizas que después vendían en un puesto en el mercado. Su hermana, sin embargo, se casó con un fabricante de ladrillos.
El padre de ambas chicas fue un día a visitarlas. Primero, a su hija mayor, quien trabajaba en ese momento en el campo.
– ¿Qué tal estás, hija? ¿Eres feliz aquí?- le preguntó.
– Uy, sí, padre, soy feliz. Solo pido que llueva bastante para que nuestro negocio siga adelante y nuestras verduras crezcan sanas.
El hombre se alegró mucho, y pensó que ojalá se cumpliera el deseo de su hija y lloviera mucho.
Después fue a ver a su hija menor y le hizo la misma pregunta.
– ¡Soy muy feliz, padre! Pero cada día rezo porque no llueva, ya que mi marido necesita que los ladrillos se sequen al sol. Si no… ¡sería un desastre! – respondió ella.
Su padre pensó que ojalá se cumpliera su deseo para que pudiera ser muy feliz, pero entonces entendió que si se cumplía este deseo, su otra hija, no podría ser feliz.
Desconcertado, de camino a casa, se preguntó: – Si una hija desea que llueva y la otra desea lo contrario, ¿qué debo desear yo como padre?
Y llegó a la conclusión de que su pregunta no tenía respuesta. Hay cosas que no están en nuestras manos.
Moraleja: «Es imposible complacer a todo el mundo».
(‘El padre y sus dos hijas’ – Esopo)
También a nuestras decisiones les sucede lo mismo: Este relato del padre y sus dos hijas también podemos extrapolarlo a la toma de decisiones, a nuestros actos, que benefician y perjudican a otros a la vez. Cuando tenemos que tomar una difícil decisión, podemos pensar en intentar contentar al mayor número de personas, pero teniendo claro que siempre habrá otras que se vean perjudicadas por esa decisión. Así que tal vez debemos pensar en que nuestras decisiones causen ‘el mínimo mal’ y el ´máximo bien’ posible.