Un anciano paseaba por el desierto con dos perros negros. Entonces, se encontró con otro hombre y éste, extrañado de encontrarle allí, le preguntó:
– ¿Cómo es que vas por el desierto con dos perros, buen hombre?
– Voy a buscar a mi mujer. Los perros son en realidad mis dos hermanos- contestó el anciano, para sorpresa del otro hombre.
– ¿Cómo que tus dos hermanos?
– Sí. Es una larga historia, pero si tienes tiempo, te la cuento.
– Claro, estoy deseando escucharla- contestó el hombre, muerto de curiosidad por conocer la historia del anciano.
Así que los dos se sentaron junto a una palmera y el anciano comenzó a narrar su extraña historia:
– Verás, hace mucho tiempo, cuando yo era joven, vivía con mi padre y dos hermanos. Mi padre era comerciante, y al morir, nos dejó todos sus bienes, con la condición de que nos dedicáramos al mismo oficio que él. Y así hicimos. Repartimos el dinero entre los tres hermanos a partes iguales y comenzamos con el comercio.
Pero uno de mis hermanos era bastante ambicioso, y dijo un día que se iba al extranjero a comerciar. Pasó un año, y entonces regresó, demacrado y totalmente arruinado. Me dio tanta lástima que le di toda mi ropa y la mitad de mis ganancias.
Pero al cabo de un tiempo, mi segundo hermano decidió intentarlo también y emigró. Le pasó exactamente lo mismo que al primer hermano, y como me dio pena, le di la mitad de mis ganancias.
Al cabo de un tiempo, los dos me convencieron para intentar el comercio en el extranjero. Al principio no quería, pero insistieron tanto… que partí todo mi dinero en cuatro partes: una para cada hermano y otra para mi. La cuarta parte la enterré por si acaso fracasábamos en nuestro empeño.
Así que viajamos, y de pronto comencé a ganar dinero. Además, en uno de los exóticos países que conocimos, me encontré junto al mar a una mujer muy pobre de la que me enamoré. Decidí casarme con ella. Y mis hermanos, empezaron a enviar mi suerte:
– ¿Cómo puede ser que todo te salga bien? – me decían muchas veces.
En el viaje de regreso en barco, mis hermanos tramaron matarme a mí y a mi mujer. Nos arrojaron al mar, pero de pronto mi mujer se transformó en hada y me salvó. ¡Yo no sabía que era un hada!
– No te dije que era un hada- me dijo ella- porque quería probar la bondad de tu corazón. Ha quedado demostrado que eres muy bondadoso, y estoy realmente satisfecha. Debo castigar sin embargo a tus hermanos por envidiosos… ¡Hundiré el barco!
– No, espera, no lo hagas… Quiero seguir obrando desde la bondad- le contesté-. Por favor, perdónalos la vida.
Mi mujer les perdonó, y al volver a casa, un buen día, llamaron a la puerta. Al abrir, entró una mujer acompañada con dos perros negros. Resultó ser la hermana de mi mujer, también hada, que al conocer la historia, decidió que mis hermanos debían ser castigados de alguna forma, así que les transformó en perros. Deberían estar en ese estado unos diez años.
Mi mujer partió junto a su hermana, y me dijo que al cabo de un tiempo fuera a buscarla… Y en este camino me encontré contigo.
El hombre se quedó fascinado con esa historia. Miró con asombro a los dos perros y pensó para sus adentros: ‘desde luego, la envidia no nos lleva por ningún camino bueno’. Los dos hombres se despidieron y el anciano siguió su camino.
La diferencia entre envidia y celos: La envidia supone desear el mal a una persona que consideras que es más feliz que tú. Lejos de intentar buscar tu felicidad, te centras en anular la suya. En este cuento del anciano y los dos perros negros, los dos hermanos no podían soportar que su otro hermano fuera feliz, que todo le saliera bien. Y en vez de buscar su propio camino, quisieron arrebatarle a él la felicidad. Sin embargo, no lo lograron, porque la bondad del hermano le recompensó.
El error de la ambición: Por otro lado, puedes hablar sobre la ambición desmedida con tu hijo. Ser ambicioso es bueno, ser avaricioso puede ser muy negativo. Recuerda el refrán, que suele cumplirse: ‘La avaricia rompe el saco‘. Es mejor ser prudente y pensar cómo conseguir un objetivo poco a poco que dejarse cegar por la ambición e intentarlo sin ningún proyecto.
«Es mejor ser prudente y pensar en cómo lograr un objetivo poco a poco que dejarse llevar por la ambición y las emociones»