Cuando Benjamin Franklin cumplió siete años, su madre le dio un día unos centavos. La familia era muy humilde, porque los padres de Franklin tenían muchos hijos… ¡nada más y nada menos que 17! Benjamin hacía el número quince. Así que su madre le advirtió:
– Benjamin, compra algo que desees con este dinero por tu cumpleaños, pero piensa muy bien lo que vas a comprar.
– Y cuando gaste las monedas, ¿me darás más?- preguntó inocentemente el niño.
– No, cariño, no podré darte más. Por eso debes pensar bien qué deseas como regalo de cumpleaños. Venga, marcha al pueblo y busca algo que te guste.
¡Qué contento estaba el pequeño Franklin! Escuchaba al saltar el tintineo de las monedas en su bolsillo e iba soñando con algo que podía comprar: ¿golosinas?, ¿un juguete?… Nunca había tenido un juguete, así que no sabía bien qué deseaba. Hasta que vio a un niño mayor con un silbato. ¡Qué dulce sonaba aquel pitido! Era poderoso, grandioso…
– Ojalá tuviera un silbato– pensó.
Se acercó al niño y le dijo, mostrando todas sus monedas:
– Te doy todas estas monedas por tu silbato.
El niño le miró sorprendido. Era una auténtica ganga. Al fin y al cabo, el silbato ya estaba viejo…
– Trato hecho- dijo sin pensar más.
El chico se fue feliz con las monedas y Benjamin regresó dando brincos de contento a su casa. Estaba deseando mostrarles a todos su regalo de cumpleaños.
Pero al llegar, observó la cara de desilusión de sus hermanos mayores.
– ¿De verdad cambiaste todos tus centavos por ese silbato viejo? ¡Te han tomado, tonto!
La madre le miró comprensiva. Él era pequeño, y no tenía por qué saber cuánto cuesta un silbato:
– Benjamin- le dijo- Debes conocer bien el valor de las cosas. Pagaste mucho más por este silbato de lo que en realidad cuesta… Con el dinero que te di, podías haber comprado seis silbatos. No dejes nunca que nadie te engañe. Pero para ello, debes de estar bien preparado. No pasa nada. Por eso te dije que pensaras muy bien antes de comprar nada… Ahora eres pequeño, y lo importante es que aprendas la lección.
Benjamin entendió su error y se puso a llorar. Tiró al suelo el silbato y no quiso volver a verlo. Pero nunca olvidó aquello. Estudió mucho y se convirtió en un gran observador. Con el tiempo, no solo fue un excelente político, sino también uno de los más grandes inventores de Estados Unidos.
Dejarse llevar por un impulso puede tener sus consecuencias. Luego llega el arrepentimiento… pero es tarde. Cada una de nuestras acciones tiene una repercusión de la que luego no podemos retractarnos.
Cuidado con dejarse llevar: La importancia de aprender a controlar las emociones tiene que ver con la necesidad de evitar consecuencias indeseables de nuestros actos. Tanto la ira como la tristeza o la alegría… Los impulsos a los que nos llevan siempre son irracionales, y pueden precipitarnos a una situación de la que luego podemos arrepentirnos.
Nuestros ‘errores’ son lecciones de vida: En ‘El silbato’ no se quiere evidenciar el error cometido en su momento por un Benjamin pequeño, de tan solo siete años. Se intenta dejar constancia de las lecciones que podemos aprender gracias a nuestros errores. Benjamin más adelante se convirtió en uno de los ‘padres de Norteamérica’. Y un gran inventor. Si conseguimos aprender de nuestros errores y utilizarlo de forma positiva como peldaños, y no como una piedra que nos deja herida… al final conseguiremos llegar mucho más lejos en nuestro camino.
«Nuestros errores son grandes lecciones de la vida que nos ayudar a crecer, nunca a tropezar.»