Había una vez una humilde y bondadosa anciana a la que le encantaba hacer galletas y dulces. Sobre todo, en Navidad. Pero un día decidió hacer una galleta especial, y depositó todo su cariño en ella…
Hizo la galleta con la mejor harina, los mejores huevos de las gallinas de su corral, el mejor azúcar y una pizca de jengibre. Luego decidió decorarla con azúcar glassé y caramelo: pintó de blanco la boca, los botones… y los ojos con dos puntos de caramelo.
Horneó la galleta con delicadeza, y cuando vio que ya estaba dorada, abrió el horno para sacarla. Pero en ese momento, la galleta cobró vida, y el pequeño hombre de jengibre salió corriendo mientras canturreaba:
– ¡Corre, corre, tanto como puedas! No puedes alcanzarme… ¡soy el hombre de jengibre!
Y con esta cancioncilla, el hombre de jengibre se libró de la mujer, y de su esposo, que intentaron atraparla sin éxito.
La anciana gritó para que detuvieran a la galleta, y tanto la sirvienta como el jardinero, corrieron detrás de ella. Al verles, el hombre de jengibre, volvió a decir en tono burlón:
– Escapé de una viejita, escapé de un viejito, y ahora podré escapar de ti… ¡Corre, corre, tanto como puedas! No puedes alcanzarme… ¡soy el hombre de jengibre!
Y a pesar de todos sus esfuerzos, ni la criada ni el jardinero consiguieron atrapar a la escurridiza y ágil galleta.
La galleta, que ahora era el hombre de jengibre, se adentró en el bosque y continuó corriendo. Entonces, se encontró con un pato, al que también retó con su canción:
– ¡Escapé de una viejita, escapé de un viejito, escapé de sus criados, y ahora podré escapar de ti. ¡Corre, corre, tanto como puedas! No puedes alcanzarme… ¡soy el hombre de jengibre!
El pato se puso a perseguirlo, mientras gritaba:
– ¡Cuac, cuac! ¡Qué bien hueles! ¡Ven aquí y te comeré!
Pero una vez más, el hombre de jengibre fue más rápido y consiguió librarse del animal. Tampoco consiguieron detenerle otros cuantos animales: ni la rana, ni el conejo ni la ardilla, ni una vaca tragona ni siquiera el cerdo tuvieron éxito. A todos les cantaba la misma cancioncilla:
– ¡Corre, corre, tanto como puedas! No puedes alcanzarme… ¡soy el hombre de jengibre!
Hasta que se encontró, un poco más adelante con el zorro.
El zorro estaba paseando por el bosque cuando se encontró con el hombre de jengibre, que ni siquiera se asustó al verle. Se sentía tan superior a todos, que no tenía nada de miedo.
– Mmmmm- dijo el zorro- ¡Qué tenemos aquí! ¡Una deliciosa galleta de jengibre! ¡Qué suerte la mía!
Y el hombre de jengibre le dijo, como al resto de animales:
– Escapé de la viejita, del viejito, de sus criados, de la rana, del conejo, de la ardilla, de la vaca y del cerdo, y ahora podré escapar de ti.¡Corre, corre, tanto como puedas! No puedes alcanzarme… ¡soy el hombre de jengibre!
Pero entonces, el zorro dijo:
– ¿Cómo dices? ¿Qué has huído de quién…? Acércate más, que no te oigo…
Y la galleta de jengibre, que era muy fanfarrona, se acercó y volvió a repetir:
– Escapé de la viejita, del viejito, de sus criados, de la rana, del conejo, de la ardilla, de la vaca y del cerdo, y ahora podré escapar de ti. ¡Corre, corre, tanto como puedas! No puedes alcanzarme… ¡soy el hombre de jengibre!
– Sigo sin oírte nada- dijo el zorro-. Chico, como no te acerques más, no podré saber qué dices…
Y la galleta de jengibre se quedó justo a su lado, y volvió a decir:
– Escapé de la viejita, del viejito, de sus criados, de la rana, del conejo, de la ardilla, de la vaca y del cerdo, y ahora podré escapar de ti. ¡Corre, corre, tanto como puedas! No puedes alcanzarme… ¡soy el hombre de jengibre!
Entonces, el astuto zorro se lanzó a por la galleta… ¡zas!, y la atrapó en menos de un segundo, y mientras se la comía y disfrutaba del sabor del jengibre, la galleta iba diciendo:
– Ya solo quedan tres cuartos de mí… ya solo queda la mitad de mí… ya solo queda una parte de mí… fin.
- Quien juega con fuego… se quema: Si es que no se puede desafiar a la suerte constantemente. Si en lugar de fanfarronear delante de todos, el hombre de jengibre se hubiera ocultado, tal vez hubiera tenido más suerte. El riesgo tiene estos inconvenientes, y el hombre de jengibre excedió los límites del riesgo.
- La prepotencia nubla la razón: Aquel que se siente superior, ve todas las cosas deformes, ya que la perspectiva no es la real. Si el hombre de jengibre hubiera sido más humilde, hubiera entendido que lo mejor era pasar desapercibido para poder vivir por más tiempo. Pero querían que todos conocieran sus logros, y esto es precisamente lo que acabó con él: la fanfarronería.
- La ingratitud a quien bien te quiere: Si te das cuenta, el hombre de jengibre recuerda al comienzo un poco al cuento de Pinocho, en donde un bondadoso carpintero crea un muñeco y un hada le da vida por el amor con el que fue creado. En este caso, es una anciana quien deposita tanto amor en esa galleta, que esta cobra vida. Y es que el amor es el único sentimiento capaz de crear vida, el más poderoso. Sin embargo, la galleta se escapó, sin agradecer siquiera a la anciana el haber sido creado y con mucho desdén. Un gesto de ingratitud y soberbia…
- «Aquel que se siente superior a otros, ve el mundo y la realidad distorsionados»