Vivían en una humilde casa de madera muy desgastada y pequeña una pareja de ancianos. Él se dedicaba a la pesca y eran tan pobres que solo tenían como pertenencias la vieja cabaña y una red con la que el hombre buscaba comida cada día en el mar.
Un día, el hombre notó que algo se agitaba con fuerza en el mar.
– ¡Vaya!- dijo el pescador- ¡Debe ser un pez muy grande! ¡Pesa mucho!
Entonces subió la red con gran esfuerzo, esperando encontrar muchos peces. Sin embargo, la red parecía estar vacía. Tuvo que mirar muy bien para encontrar un pequeño pez… ¡de oro!
– Oh, amable pescador- dijo el pez suplicante- Soy pequeño y apenas puedo servirte para calmar el hambre. Devuélveme al mar y te daré todo lo que pidas.
El hombre, que era bondadoso, decidió darle una oportunidad:
– De acuerdo, tienes razón, eres muy pequeño para un estómago tan grande. ¡Vuelve al mar!
Al regresar a casa con las manos vacías, el hombre le contó a su codiciosa mujer lo que había pasado.
– ¡Eres estúpido!- gritó ella muy enfadada- ¡Si al menos le hubieras pedido pan, podríamos comer!
Le gritó tanto la mujer, que el anciano pescador regresó al mar en busca del pez de oro:
– Pez de oro, pez de oro, ven a mí, ¡te necesito!
Entonces apareció el pececito:
– ¿Qué deseas, bondadoso anciano?
– Mi mujer se enfadó por dejarte libre y ahora pide pan para que podamos comer…
– No te preocupes, que ya nunca te faltará el pan en la mesa- dijo el pez.
Cuando el hombre regresó a casa, encontró a su mujer vociferando.
– ¿Qué te pasa?- preguntó él- ¿No tenemos pan?
– Claro que sí, tenemos la casa llena de pan, pero podías haber pedido también un barreño nuevo para lavar la ropa, que está roto y no tengo ningún otro…
Así que el hombre regresó al mar:
– Pez de oro, pez de oro, ven a mí, ¡te necesito!
Y el pez de oro regresó a la orilla:
– Dime, bondadoso anciano, ¿qué más necesitas?
– Mi mujer me grita porque necesita un barreño nuevo de madera para lavar la ropa…
– Muy bien, lo tendrás- respondió el pez mientras se alejaba.
El anciano volvió a casa y descubrió que su mujer ya tenía el barreño, pero seguía enfadada y no paraba de gritarle y amenazarle:
– ¡Viejo tonto! En lugar de pedir al pez un barreño tenías que haberle pedido una cabaña nueva, que la nuestra se cae a trozos…
El pescador vuelve al mar en busca del pez de oro
El hombre ya no podía soportar los gritos, y fue al mar en busca del pez:
– Pez de oro, pez de oro, ven a mí, ¡te necesito!
El pez se arrimó a la orilla:
– Dime, bondadoso anciano, ¿y ahora qué deseas?
– Verás, mi mujer sigue muy enfadada… dice que necesitamos una cabaña nueva.
– Muy bien, reza y los deseos se concederán.
Y así, el anciano se encontró a su vuelta con una cabaña nueva, con madera de primera calidad. Su mujer se balanceaba en una mecedora dentro, pero no se la veía contenta… Pasaron unos días y ella comenzó a tratarle mal y a gritarle:
– ¡Yo no puedo ser una pobre, necesito ser la mujer de un gobernador y poder tener criados y mandar! ¡Ve ahora mismo a pedirle esto al pez de oro!
El anciano fue a buscar al pez una vez más:
– Pez de oro, pez de oro, ven a mí, ¡te necesito!
El pececito nadó hasta la orilla:
– Y dime, bondadoso anciano, ¿qué necesitas ahora?
– Verás, mi mujer se ha vuelto loca y dice que necesita ser la mujer de un gobernador…
– Bueno, pues tú reza y tus deseos se concederán.
Al volver a su cabaña, el anciano ya no la encontró. En su lugar se levantaba una casa de piedra de varias alturas. Había sirvientes que trabajaban de un lado a otro, y encontró a su mujer dándoles órdenes.
– ¿Estás ahora contenta, mujer?- preguntó el anciano.
– ¿Yo tu mujer? ¡Soy la mujer de un gobernador, no de un vulgar pescador! Guardias, lleven a este viejo al sótano y azótenle- dijo ella con soberbia.
El pescador fue azotado y después le encomendaron la tarea de limpieza en la casa. Pero al cabo de unos días, su mujer le mandó llamar:
– Mira, ya me cansé de ser la mujer del gobernador. Necesito ser zarina y que todos se postren ante mí. Busca al pez de oro y pídele esto.
La lección del pez de oro ante la avaricia de la mujer
El hombre fue muy avergonzado hasta el mar y llamó al pez:
– Pez de oro, pez de oro, ven a mí, ¡te necesito!
Las aguas se agitaron un poco y el pez esta vez tardó un poco más en acercarse a la orilla:
– ¿Qué pasa ahora, bondadoso anciano?
– Mi mujer está muy mal… dice que necesita ser zarina…
– Bueno, pues reza y así será…
El pez se alejó y el anciano al volver a su casa ya no encontró el edificio de piedra, sino un palacio de puertas de oro y centinelas custodiándolo. Su mujer se asomó a la ventana. Era una zarina. Él se alejó y buscó cobijo en una choza. Pero al cabo de un tiempo, su mujer volvió a llamarle.
– Viejo tonto– le dijo ella- ¿No ves que yo debo ser más que una zarina? Ve a buscar al pez y dile que me convierta en diosa de los mares para gobernar sobre todos los océanos.
El anciano, asustado, fue hasta la orilla y llamó al pez:
– Pez de oro, pez de oro, ven a mí, ¡te necesito!
Pero el pez no aparecía… El mar se agitó y el agua se oscureció. Él siguió llamándole, hasta que al fin el pez de oro se acercó a la orilla:
– ¿Qué deseas ahora, bondadoso anciano?
– Pues… mi mujer… dice que quiere ser diosa de los océanos…
El pez no dijo nada. Solo se dio media vuelta y desapareció entre las aguas. El hombre regresó a su casa y ya no había un palacio. En su lugar se encontró con la humilde cabaña desgastada del principio. Dentro se encontró con su mujer, vestida con sus harapos de siempre. Él volvió a la pesca y ya nunca más volvió a encontrarse con el pez de oro.
Qué difícil es a veces frenar la sed de codicia. Es lo que le pasó a la mujer del pescador en este cuento del pez de oro. Sin embargo, la culpa aquí no solo fue de ella, ¿no crees? Él también podía haber dicho No:
La avaricia rompe el saco: En ‘El pez de oro’, la mujer del pescador era codiciosa y soberbia y fue incapaz de saber frenar a tiempo. Nunca le parecía suficiente. Recibía lo que tanto deseaba y en seguida deseaba más y más, hasta pedir un imposible, algo que se le escapaba al pez de oro. Esto fue la gota que colmó el vaso, el punto final a todos sus caprichos. De tanto desear al final se quedó sin nada.
Por qué el marido no dijo basta: tan importante es la humildad como la desobediencia en casos necesarios. Nos referimos a la necesidad de aprender a decir No y a rebelarnos contra los caprichos o injusticias, contra aquellos que sobrepasan sus derechos o sus deseos. En esta historia, tanta culpa de lo que ocurre tiene la soberbia mujer como el anciano incapaz de frenar su sed de avaricia. Si desde el principio hubiera desobedecido las órdenes de su tirana mujer, no hubieran perdido aquello que habían conseguido gracias al pez de oro.
‘Si no eres capaz de aprender a decir ‘No’, puedes ser arrastrado por la codicia de otros’
La bondad del pescador era excesiva: La bondad es necesaria, pero no se debe confundir… el pescador era bondadoso pero terminó siendo cómplice de la tiranía de la mujer. Al no saber decir no, terminó contribuyendo a los caprichos de ella. Su humildad en exceso le convirtió en un cordero al servicio del lobo. Cuidado… una cosa es ser bondadoso y otra moldeable y demasiado permisivo.