Cuentan que hace mucho, pero que mucho tiempo, cuando los animales comenzaron a vivir con los hombres, tenían la tarea de ayudarlos en su trabajo. Pero había un animal que no quería trabajar, y por eso se escapó al desierto, lejos del hombre: el camello.
Por eso, mientras que el mismo lunes, día siguiente a la creación, los animales tenían que empezar con su trabajo, el camello solo daba largos paseos por el desierto, descansaba bajo la sombra de alguna palmera y comía hierbajos.
Pero ese mismo día, el caballo fue a verle.
– Camello, ¿qué haces aquí? Tenemos que ayudar al hombre. Ven con nosotros.
Pero el camello le miró con arrogancia y respondió:
– ¡Joroba! (que en su idioma venía a ser un ‘de eso nada’).
El caballo regresó donde estaba el hombre y le contó lo que había pasado.
Al día siguiente, el perro fue a ver al camello.
– ¿Pero qué haces aquí, camello?- preguntó el perro-. Nos tienes que ayudar, como el resto de animales.
Pero el camello, dijo sin levantar la mirada de un charco del que bebía plácidamente:
– ¡Joroba!
El perro se fue de allí enfadado, y le contó lo que había sucedido al hombre.
Esa misma tarde fue a visitar el buey al camello:
– Eh, camello… llevo todo el día arando la tierra y estoy cansado. Deberías venir a ayudarnos.
Pero el camello, una vez más, solo dijo:
– ¡Joroba!
El buey, enfadado, regresó a donde estaba el hombre y le contó lo que había pasado.
El hombre, tras escuchar que el camello no quería hacer nada, reunió a sus animales y les dijo:
– Como el camello no quiere colaborar, vosotros tendréis que trabajar por él. A partir de mañana, trabajaréis un poco más.
Los animales estaban muy pero que muy enfadados. ¿Qué clase de justicia era esa?
– Tenemos que hacer algo- dijo el caballo.
– Sí, vayamos al desierto a hablar con él- dijo el perro.
Al día siguiente, los animales lo volvieron a intentar, pero fue inútil. A sus explicaciones y súplicas, lo único que el camello respondía era… ¡Joroba! Y ya cuando los tres animales regresaban a sus casas muy tristes y humillados, se encontraron de pronto con el Genio del desierto.
– ¡Genio del desierto!- dijeron contentos.
Entonces le explicaron lo que pasaba.
– ¿El camello no quiere hacer nada? Entiendo… Pues tendrá que recompensar estos tres días que ha estado parado…
El Genio del desierto y cómo obtuvo el camello su joroba
El genio fue a ver al camello. Habló con él y le preguntó por qué no quería trabajar. Pero el animal, que era muy vanidoso, solo le contestó:
– ¡Joroba!
– ¿Sí? ¿Eso crees? ¿Qué puedes vivir sin trabajar? Bien, pues a partir de ahora esto va a cambiar…
Y de pronto el Genio hizo un conjuro y sobre el lomo del camello comenzó a crecer una giba de tres palmos de altura.
– Ahí tienes tu ‘joroba’, camello…
– ¿Pero cómo podré trabajar ahora con esto?
– Tu joroba mide tres palmos por los tres días que no trabajaste. A partir de ahora podrás trabajar sin descanso durante tres días seguidos.
– ¡Pero tendré que parar a beber!
– No. Tu joroba te dará agua durante tres días. Así podrás trabajar más tiempo.
Y fue así como desde entonces los camellos tienen una joroba que les permite pasar tanto tiempo sin beber.
(Basado en el relato de Rudyard Kipling)
Si no trabajas, perjudicas a otros: Todo lo que hacemos (y lo que no hacemos) repercute en los demás. El camello se veía muy feliz sin trabajar, pero su comportamiento perjudicaba al resto de animales, Este gesto insolidario era injusto, y el resto de animales lo único que podían hacer es buscar el equilibro de la situación, buscar la justicia para que todos trabajaran del mismo modo. Cada vez que tomes una decisión que te venga bien, piensa. ¿y al resto, puede perjudicarle mi decisión?
La vanidad que nos ciega: La arrogancia del camello, su prepotencia y vanidad fueron castigadas. Pero él estaba tan cegado por estos ‘contravalores’ que no era capaz de entender qué estaba haciendo mal. Y es que el peligro de la soberbia o de la vanidad (también de la avaricia) es que nos hacen perder la noción de la realidad, hasta llegar a crear un ‘mundo’ diferente e irreal.
«La vida no se entiende sin esfuerzo, y la pereza es su principal enemigo»