Vivía en un gallinero un gallo muy tragón y muy orgulloso, que siempre presumía ante los demás de tener los colores más hermosos y ser el más bravo. Se pasaba el día paseando por la granja en busca de alimento, picoteando todos los granos de maíz que veía en el suelo.
Un día, el gallo no encontraba comida, porque los pollitos habían pasado por allí y ya se habían comido todos los granos de maíz. Entonces comenzó a escarbar en la arena al ver algo brillar, pero no era un grano de maíz, sino una valiosísima perla.
– Oh, qué pena- dijo el gallo- Ni yo puedo ser de provecho para ti ni tú me sirves de nada.
Moraleja: «Por falta de preparación o por ignorancia, muchas veces se desprecian las cosas más valiosas»