‘El calcetín que no se quería dormir’

por chamlaty


Al calcetín Valentín le encantaba jugar: andar, saltar, trepar y hasta arrastrarse como si fuera una oruga. De hecho, es lo que mejor se le daba. Por eso sus amigos le llamaban «Gusi».

– Eh, «Gusi»… ¿hacemos una carrera por el pasillo?- Le decía Martita, la media de mariposas rosas.

Además Valentín era el calcetín más valiente y alegre. Y lo mismo hasta el más guapo. Con sus rayas de colores y su talón azul… la parte de arriba blanca con lunares… Sí, definitivamente sí que era guapo Valentín.

Pero Valentín se aburría mucho por la noche. Era el calcetín preferido de Claudia y la niña se lo ponía toooodas las noches. Y cuando le tocaba abrigar el pie de Claudia en la cama, tenía que estar quietecito mucho tiempo.

– ¡Qué aburrido!-pensaba Valentín.

Veía al calcetín gris del padre de Claudia andar por el pasillo… y a Federico, un calcetín granate de cole, balancearse en la silla… y al de gatitos blancos nadar en el cajón… y él ahí, quieto, sin poder moverse.

– ¡Me aburrooooo!- gritó Valentín.

A Valentín entonces se le ocurrió una idea:

– Si soy el mejor arrastrándome… ¿cómo no voy a ser capaz de escaparme del pie?

Y poquito a poco Valentín se fue alejando. Primero del tobillo. Luego del talón. Y… ¡si!: se escapó ¡hasta del dedo gordo del pie! Y Claudia, ni se había enterado.

¡Qué felicidad! Valentín pudo jugar toda la noche y se lo pasó en grande.

 

Pero el sol comenzó a salir de nuevo y Valentín quiso volver al pie de Claudia. Y claro, una cosa era arrastrarse y otra bien distinta trepar él solo. Lo intentó una vez, y otra y otra más, y nada, no fue capaz de subir. Así que se quedó tumbado encima de la cama.

Qué disgusto se llevó Claudia al verlo ahí tirado. Y su mamá además le regañó. Así que del disgusto, pasó al llanto en un santiamén.

– ¡Claudia, no te quites el calcetín, que te vas a enfriar!- insistía su madre.

Valentín se puso un poco triste al ver a Claudia llorar, pero al día siguiente volvió a hacer lo mismo. Esta vez al amanecer, apareció en el suelo.

– ¡Pero bueno!- dijo enfadada la mamá de Claudia- ¿otra vez?

– Yo no me lo quito– lloraba Claudia.

Y así fue un día, y otro, y otro más. Y al cabo de una semana, la mamá de Claudia dijo:

– Se acabó. Como vuelvas a despertarte sin el calcetín, ya no te lo pones más.

¿Cómo? ¿Nunca más? ¡Qué disparate! No podía ser… Valentín se puso muy pero que muy triste. Si Claudia no se ponía el calcetín, no podría correr, ni saltar, ni brincar con ella… ni escuchar su risa, que era lo que más le gustaba de Claudia.

Esa noche Valentín no se escapó. Decidió que era hora de dormir. Y es que la sonrisa de Claudia bien se merecía un sueñecito, aunque dormir fuera la mar de aburrido.

 

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