Existía una pequeña población en China que se llamaba Handan, en donde aún se mantenía una antigua tradición: todos los aldeanos cazaban palomas para entregárselas al príncipe como obsequio el día de Año Nuevo. Al soberano le encantaba esa tradición. De hecho, ofrecía recompensas a quienes le llevaban las palomas.
Un día, una persona le preguntó por qué le gustaba tanto aquella tradición. Y él respondió:
– Me gustan mucho las palomas. Así que el día de Año Nuevo las dejo libres para demostrar mi bondad.
– Pero tus súbditos las cazan porque saben que necesitas palomas para soltarlas al año siguiente…- añadió uno de sus lacayos.
El hombre que había hecho la pregunta se quedó pensativo, y dijo:
– Usted suelta las palomas por un acto de bondad, pero sus súbditos, al cazarlas, matan a muchas de ellas. Para demostrar la bondad de verdad, debería prohibir su caza, porque tal y como hace usted ahora, suelta a las palomas para liberarlas pero su bondad no puede reparar el daño que ocasiona.
El príncipe entonces asintió.
Moraleja:
«Muchas veces creemos hacer el bien a otros cuando sin querer les estamos hiriendo»