Cuentan que en la montaña de Hefu, en China, se levantaba un templo donde vivía la madre Wang. Esta mujer elaboraba vino y cerveza para ganarse la vida.
La madre Wang recibía muy a menudo la visita de un maestro monje taoísta, que acudía hasta el templo y tenía la costumbre de beber vino y cerveza sin que la madre Wang le pidiera nada a cambio.
Al cabo de un tiempo, el monje se dio cuenta de que debía agradecer a la mujer estas bebidas, y le dijo:
– Como no tengo dinero para pagar el vino y la cerveza, cavaré para ti un pozo.
El monje empezó a cavar un pozo, pero en lugar de agua, el pozo daba vino, un vino excelente. De esta forma, la madre Wang ya no tuvo que elaborar el vino. Solo tenía que sacarlo del pozo, y con él, conseguía dinero al venderlo. De hecho, consiguió reunir una gran fortuna.
Al cabo de un tiempo, el monje regresó y preguntó a la mujer:
– ¿Era bueno el vino?
– Uy, es excelente- respondió la mujer- El problema es que, como ya no fabrico vino, no tengo pieles de frutas con las que alimentar a mis cerdos.
El monje no dijo nada. Se levantó, tomó un pincel y escribió en el muro de la vivienda de madre Wang unas palabras que aún hoy pueden leerse:
‘El agua del pozo se vende por vino y la mujer se queja de que no tiene alimento para sus cerdos’.
El monje partió y no regresó jamás y el pozo comenzó desde entonces a dar solo agua.
Moraleja: «Nada conseguirá saciar la sed del avaricioso»
(‘La madre Wang’ – Jiang Yingke)