Había una vez una princesa llamada Uru. Era una chica muy bella y además era la heredera al trono del imperio Inca. Su padre la adoraba, y deseaba que su hija al llegar al trono se convirtiera en una reina buena y justa.Para ello, se centró mucho en la educación de su hija, y buscó por todas partes los mejores maestros en todas las materias.
Pero sin embargo, a Uru no le gustaban los estudios, ni entendía el afán de su padre por convertirla en una muchacha lista y buena. Prefería perder el tiempo, jugar, y dedicarse a mejorar su aspecto físico y su belleza.
Además, tenía muy mal carácter, y perdía los nervios con facilidad. Le gustaba ordenar y que todos complacieran sus deseos. Y si no conseguía lo que deseaba en el momento, entraba en cólera. Según iba creciendo, era más déspota con todos.
Y llegó el día en el que el padre de Uru falleció y ella subió al trono. Y es cierto que al principio la muchacha se dejó asesorar, pero poco a poco comenzó a abandonar sus obligaciones como reina. Le aburría mucho tener que tomar tantas decisiones. Prefería dedicarse a ella misma. Así que tomó la decisión y dijo a todos sus asesores:
– Escuchadme bien: ya estoy cansada de tantas obligaciones. Es muy aburrido. Yo quiero descubrir otros lugares, lucir mis vestidos, y acudir a muchas fiestas. Quiero pasármelo bien, así que ya no tomaré más decisiones sobre el imperio: ¡que lo haga otro!
A pesar de que el mismísimo consejero real intentó persuadirla, ella seguía firme en sus decisiones.
– ¡No seáis insolentes! No quiero trabajar más y me voy. No intentéis impedírmelo.
Estaba tan enfadada, que decidió azotar con su cinturón a todos los allí presentes por insolentes. Se quitó el cinturón y lo levantó para golpear al consejero real. Pero entonces ocurrió algo extraordinario: la reina no podía bajar el brazo. ¡Se había quedado petrificada como una estatua!
Y eso no fue todo: mientras Uru intentaba moverse sin éxito, apareció suspendida en el aire una diosa cubierta con un manto dorado. Y dijo en voz alta, dirigiéndose a la reina:
– Sin duda eres tremendamente egoísta y mezquina. Podrías dirigir tu reino con sabiduría, justicia y bondad, y en cambio prefieres atemorizar y humillar a tus súbditos. Así que no mereces lo que te dieron. A partir de ahora ya no tendrás belleza y no serás reina. Además, tendrás que trabajar sin descanso.
Y tras decir estas palabras, una nube envolvió a la reina y al disiparse el humo, en su lugar apareció una araña fea y peluda. Asustada, Uru salió corriendo en busca de refugio, lejos de posibles pisotones. Ya en un rincón, se dedicó a tejer tela de araña sin descanso.
LEYENDA QUECHUA.
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