En el bosque estaban de fiestas. Las flores y árboles lucían erguidos en todo su esplendor formando bonitos escaparates. Esa noche había una verbena y todos los animales acudían al claro del bosque, muy contentos, con sus mejores galas.
Todos vieron llegar a Oso Pomposo por la senda: grande, peludo, vestido con unas mallas rosas, pulseras y collares de colores y pendientes en las orejas. Algunos lo miraban sonriendo y se daban codazos al verlo pasar por su lado, pero Oso Pomposo se propuso disfrutar de la noche y no hacer caso de las miradas burlonas.
De repente:
– ¡Tú! ¿Dónde vas así vestido? – escuchó a su espalda.
Oso Pomposo se volvió y vio al lobo furioso.
– ¿Es a mí? – dijo extrañado.
– ¡Estás haciendo el ridículo! ¡Vete de aquí! – repitió el lobo.
– ¡No estoy haciendo nada! ¡Déjame disfrutar de la verbena!
Entonces el lobo sacó los colmillos y se acercó a él amenazadoramente.
– ¡Largo de aquí! ¡No eres bienvenido!
– ¡Yo no estoy haciendo nada malo! ¡Visto como quiero! – le contestó Oso Pomposo, retrocediendo ante la agresividad del lobo.
Los animales del bosque que estaban presenciando la escena, se fueron arremolinando alrededor.
– ¿Por qué no dejas a Pomposo en paz? ¡No hace daño a nadie vistiendo así! – dijo un joven zorro alzando la voz.
El lobo lanzó una mirada fulminante al zorro.
– ¿Quién te has creído que eres? ¡Zorro enano! – le gritó, olvidándose por un momento de Oso Pomposo.
– ¡Un pequeño zorro que no dice más que la verdad! – dijeron los padres del zorro apoyando a su hijo.
– ¡Cada uno viste como quiere! – dijeron las culebras y serpientes.
– ¡No hace daño a nadie! – dijeron los búhos y lechuzas.
– ¿Por qué no lo dejas en paz? – hablaron las polillas y mariposas.
– ¡Basta ya! ¡Queremos disfrutar de la noche! – dijeron los sapos y ranas saltando valerosamente delante de Pomposo para protegerlo.
Ante la avalancha de protestas el lobo no tuvo más remedio que agachar las orejas y se fue muy enfadado.
La música volvió a sonar, y todos, también Oso Pomposo, disfrutaron de la verbena.