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Viendo que estaba ahogándose
una abejita
una paloma tierna se precipita,
y en una rosa
que le lleva en el pico
sálvala airosa.
Poco después la abeja
vio que en la loma
un cazador apúntale
a la paloma.
Vuela: en la mano
pícalo atroz, y el tiro
tuércese vano.
No hay ser tan miserable
que nunca pueda
pagarnos un servicio
que en su alma queda;
no hay mayor goce
que el de probar
que el alma lo reconoce.
RAFAEL POMBO.
FABULISTA COLOMBIANO.