Mis medallas y trofeos.

por chamlaty
 
 
Este relato nace de una historia que me contaron… espero la disfruten…

Estuve un tanto triste… traté de platicar con mi papá esa mañana, como tantas otras y no hubo respuesta de su parte. Me recuerdo con mis compañeros de la escuela, bromeaba con algunos de ellos, haciendo mis habituales chistes y como ellos, me los festejaban; trataba de mantenerme contenta, de no pensar en lo que me esperaba en casa. Tengo tres hermanos y una hermana. Mi papá, serio como siempre, sin tomarnos en cuenta para nada, le tuvimos siempre un gran temor, cuando él llegaba, el miedo era todo lo que reinaba. Mi mamá sumergida en los problemas cotidianos que trae consigo el hacerse cargo de cinco niños y la administración de su casa.

Estaba en cuarto grado de primaria, notaba algo raro en mis pies, parecía que tuvieran vida propia. Un día, estando en mi escuela, a la hora del recreo, haciendo caso a ese cosquilleo que sentía cuando veía a los niños correr, se me antojó correr atrás de ellos, los seguí, y sin percatarme vi que rápidamente los dejé detrás. Para mi sorpresa mi maestro de física me estaba observando, y me invitó a que entrara en una competencia de carreras, que se iba a dar en la escuela, contenta porque alguien notó mi empeño, acepté enseguida. Al fin era tomada en cuenta.

Y así, de pronto, me encontré en la competencia. Empecé a hacer calentamientos, me estorbaban mis tenis y decidí quitármelos, corrí descalza como “alma que lleva el diablo”, y gané, así empezó mi carrera en atletismo, seguí compitiendo por muchos años mientras estuve en primaria y secundaria. Las competencias eran cada vez más exigentes. Eran cada vez más metros, empecé a recibir reconocimientos especiales en mi escuela,  siempre mi familia estuvo enterada de mis logros, y para mi tristeza, nunca me acompañaron, ni siquiera a recibir mis premios. Llegaba con mis medallas y trofeos a mi casa, y a nadie le importaba, tenía una caja de cartón en donde guardaba con mucho cariño las muestras de mi esfuerzo, la caja estaba llena. Nunca recibí una felicitación de parte de mis padres, ni de mis hermanos. Simplemente lo acepté como lo que era, algo muy mío, algo que disfrutaba.

Siguieron las competencias a nivel municipal, entre las diferentes escuelas, después a nivel estado y luego regional. Me había convertido en toda una campeona, a pesar de todo, iba bien en mis estudios, terminé con los mejores promedios e incluso una mención honorífica.

Las competencias empezaron a ser fuera de mi ciudad, era feliz representando a mi escuela, a mi ciudad, a mi estado,  los premios seguían llegando.  En aquel tiempo mi medio de transporte eran mis dos pies, caminaba mucho, lo disfrutaba, un día fui por una de mis compañeras de atletismo a su casa, íbamos a ir a entrenar, era una compañera que a duras penas alcanzaba los terceros lugares, recuerdo que no estaba lista, y me hicieron pasar a la sala de su casa. Cual sería mi sorpresa que al entrar a aquel hogar, vi que estaban colgados, con todos los honores, en la pared principal, las dos ó tres medallas de mi compañera, ví que con mucho cariño, salió su mamá a despedirnos, contenta con su hija “la campeona”, recordándole lo orgullosa que se sentía de ella y le dio sus bendiciones, no pude evitar observarlo, y de pronto me inundó una fuerte nostalgia.

Llegué esa tarde a mi casa, y saqué de debajo de mi cama, aquella vieja caja de cartón y saqué una a una mis muestras que me decían que yo era buena en lo que hacía, clavé unos cuantos clavos en la pared de mi cuarto, y con cariño colgué mis relucientes medallas, acomodé también mis innumerables trofeos en los estantes que tenía en mi habitación, nadie los advirtió.

Recuerdo que un día, la competencia de atletismo regional se iba a dar en mi ciudad, le avisé a mi mamá, aunque en el fondo sabía que eran palabras al aire, a ella no le importaba, pero aún así le dije –mamá, mañana en la tarde competiré representando al estado, las competencias serán aquí, en el deportivo de la universidad.

Al otro día salí a hacer unos trabajos de la escuela, se me hizo tarde, ya casi iba a ser hora de mi competencia y decidí irme al deportivo corriendo, eran tanta mi euforia y mis nervios que atravesé calles y avenidas a tranco largo. Por fin llegué, ya estaban todos en la línea de salida, al verme mi entrenador me dijo –No has calentado, tómate unos minutos- le dije, no se preocupe, vengo corriendo desde muy lejos, lo cual representaba muchos kilómetros recorridos.
De pronto me percaté que, entre las filas estaban mi mamá y una tía, después me enteré que llegaron, porque habían ido al centro y les quedaba de paso y decidieron llegar a ver de que se trataba en lo que estaba su hija, así me lo dijeron. Pero fue tanta mi emoción al verlas, “Había ido mi mamá a verme, no lo podía creer”.
Me sentía tan nerviosa, ya no era tanto la competencia, sino demostrarle a mi mamá de lo que era capaz. Corrí los primeros cien metros, sin hacer caso a lo que el entrenador me había marcado, las reglas que me sabía de memoria, apreté con toda mi energía, “Mi mamá me estaba viendo” de repente, me sentí sola en la pista, hice un medio giro a la izquierda y miré sobre mi hombro para ver donde venían mis compañeras,  no lo podía creer, venían muy lejos, seguí apretando mi marcha, no lo podía evitar, era tanta mi euforia porque mi mamá estaba presente, por fin, en una de mis carreras, al llegar a la meta, en primer lugar, vi que estaba mi entrenador esperándome mi vista se nubló, vi todo negro, fue tan grande mi esfuerzo, el alcanzó a tomarme en sus brazos y me dijo –no te detengas, sigue corriendo- así lo hice hasta que mi corazón dejó de latir tan aprisa que parecía que iba a salir de mi pecho, me faltaba el aire, no caía en cuenta de lo que había logrado, de repente, estaba yo esperando la felicitación del entrenador, pero para mi sorpresa, me di cuenta que estaba enojado conmigo  me gritó –¿Porqué hiciste eso? ¿Porqué volteaste hacia atrás? ¿No sabes lo que pusiste en riesgo? Perdiste fracciones de segundo, además de que pudiste haber tropezado y tener una lesión muy fuerte…-
Y finalmente me dijo, -Te felicito, has roto la marca nacional. Eres la campeona.-

En mi casa, al parecer nadie advirtió mi triunfo, nadie comentó nada.

Un día, dado que siempre he sido de carácter fuerte, tuve una discusión muy fuerte con mi hermana, recuerdo incluso que nos fuimos a los golpes, y me defendí dándole un puñetazo en su barriga, la dejé sin aire por unos segundos, me asusté y me arrepentí en esos momentos, en eso llega mi mamá y por supuesto que además de darme una buena paliza, me prohibió que siguiera en atletismo, lloré, supliqué que no me apartara de mi amado pasatiempo, no hubo súplica que valiera, no hubo remedio. A los días se presentó mi entrenador a casa, para pedirle a mi mamá que me diera permiso de competir, ya que estaba seleccionada para ir a los juegos panamericanos. No hubo poder humano que hiciera desistir a mi mamá de la decisión ya tomada. Finalmente me olvidé de lo que tanto amaba.

Ese día, con una tristeza atravesada en mi alma, decidí tomar todas mis medallas y trofeos y tirarlos a la basura,  pensé, ¿Qué caso tienen? a nadie le importa. Y así pasaron varios años. Me olvidé de ello. Hice mi vida, me casé, formé mi familia y me fui a vivir lejos.

Un día llamaron para avisarme que mi padre había muerto, estuvo varios años enfermo de su corazón. Llegué al funeral, cuando ya estaban por poner sus cenizas en el nicho de la iglesia. Me aparté de la gente, no me gustan las condolencias. Llegó un señor, me dijo –¿Tú eres la hija contadora? ¿La ganadora de trofeos y medallas? ¿La que se graduó con honores?, soy el mejor amigo de tu padre, él siempre hablaba de ti, no tienes idea de lo orgulloso que estaba de ti y de tus hermanos…- Tenía razón, no tenía idea, no lo sabía, ¿Cómo saberlo si él nunca nos lo dijo?

Al otro día de su funeral, mi mamá necesitaba unos documentos de mi padre, recordé que el tenía un baúl donde guardaba las cosas más importantes, lo saqué para ayudarle a mi mamá a hacer algunos arreglos… ¡Dios Mío! No podía creerlo! Estaban en ese baúl todas mis medallas guardadas en una funda de terciopelo que mi papá había mandado hacer para cada una… ¿Cuándo las había tomado del basurero? ¿Por qué nunca me dijo? Me di cuenta en ese momento, que aquel señor tan serio, tan reservado, tan fácil para la ira, tan temido por sus hijos, guardaba muy profundamente también sus sentimientos.

Sí papá… yo también te quiero.
Por: Ruth L. Acosta.

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